domingo, 13 de mayo de 2012

"Once vidas"


Cuando me paseo por entre los estantes de cualquier librería se me van las horas mirando los miles de libros que voy encontrando. De hecho creo que sería un sueño trabajar en una, pero claro, supongo que no duraría mucho pues me imagino leyendo durante toda la jornada sin poderlo evitar. ¿Hay algo más maravilloso que el olor de un libro mientras sientes la textura de las hojas a medida que vas leyendo? Tal vez por eso me está costando tanto trabajo adaptarme a leer en el ordenador, cosa que últimamente tengo que hacer a menudo porque lamentablemente no encuentro demasiados clásicos en las librerías para mis clases de Literatura.

Hace unos meses, en una de esas incursiones en una librería de Málaga, encontré un libro cuya sinopsis me llamó la atención. Se llama “Once vidas” y el autor es Mark Watson, un cómico británico muy conocido en su país por sus interpretaciones en diferentes programas de televisión y radio, aparte de organizar actividades literarias y no sé cuantas cosas más. A pesar de su juventud, nació en 1980, el muchacho ya tiene un currículum bastante extenso y encima lo ha engordado escribiendo varios libros muy famosos en Gran Bretaña. Este concretamente creo que merece la pena leerlo por lo original y entretenido que resulta.

La historia trata de Xavier Ireland, un DJ radiofónico de un programa nocturno donde aparte de pinchar música se dedica a intentar ayudar a los oyentes insomnes que llaman contando sus problemas. Xavier tiene una labia impresionante. Le encanta su trabajo y además se le nota. Su compañero en la radio, un tartamudo que adora contar chistes al micrófono, es prácticamente su único amigo. Porque en el fondo Xavier es un ser solitario que oculta un problemático pasado del que huyó en su día. Un día, yendo por la calle, el locutor pasa de ayudar a un chico al que unos matones del colegio están pegando una paliza. Este suceso, que él podría haber evitado, desencadena una serie de acontecimientos donde se verán implicadas once personas diferentes que nada tienen que ver entre sí.


Siempre me ha gustado el juego de “¿Qué hubiera pasado si…?” y este libro va un poco de eso, de que las cosas más nimias afectan en cadena aunque no nos demos cuenta. Está bien escrito y los personajes bien perfilados, algunos incluso conmovedores. Tiene momentos divertidos pero sobre todo es una novela con mensaje que te hace pensar.

sábado, 12 de mayo de 2012

¡Un, dos, tres...!


Cuesta trabajo verme viendo una película posterior a los años setenta. No es que no me gusten; hay directores actuales con los que disfruto bastante, como Spielberg, Woody Allen,  Tim Burton, Clint Eastwood, Tarantino, James Cameron, Martin Scorsese y seguro que me dejo a muchos más. Por no hablar de otros tantos actores de esta época que me encantan y a los que no voy a nombrar porque me alargaría mucho, . Sin embargo ninguno de ellos consigue emocionarme como lo hace el cine del pasado. Adoro a genios como Billy Wilder, John Houston, Ernst Lubitsch, George Cukor, Frank Capra, Elia Kazan…  Me hacen reír, llorar, saltar de la silla, comerme el coco y todo eso sin efectos especiales y la mayoría de las veces en un blanco y negro que me subyuga.

Hoy voy a hablar de una película de 1961 dirigida por Billy Wilder y que tiene como protagonista a uno de mis iconos de la pantalla, James Cagney. Se llama “¡Un, dos, tres…!” Cada vez que la veo me resulta increíble que solo obtuviera una nominación a los Oscars en el apartado de Mejor Fotografía (blanco y negro), pero en fin, ya se sabe que en esto de los premios no siempre se acierta.

La trama es simple: en plena Guerra Fría, C. R. MacNamara (Cagney), un representante de la Coca-Cola en Berlín, tiene el sueño de introducir el refresco en la URSS comunista para poder ascender en su trabajo y así terminar destinado en Gran Bretaña, destino que le resulta muy apetitoso para criar a sus dos hijos y tener contenta a su esposa. De repente todo se complica cuando el jefe de Atlanta le envía a su adolescente y mojigata hija ( Pamela Tiffin) para que la cuide durante una temporada. La chica resulta ser un poco enamoradiza, de hecho ya ha estado comprometida en varias ocasiones y al llegar a Berlín le hace la vida imposible al pobre McNamara enamorándose de un joven del Berlín oriental, un idealista llamado Otto Piffl ( un jovencísimo Horst Buchholz) con el que se casa en secreto. Esto es solo el comienzo. El resto de la cinta, en un ritmo frenético que solo Wilder sabe conseguir, trata de los intentos de McNamara para sortear todos los inconvenientes que semejante amor puede acarrear, es decir: tiene que casar a la chica enseguida con el comunista, hacer que este deje sus ideales atrayéndolo al mundo occidental y buscarle un apellido que contente a su futuro suegro. La empresa no resulta fácil pues Otto es un comunista convencido que odia el capitalismo, la chica no para de crear problemas y para colmo la mujer de MacNamara (Arlene Francis) ha descubierto que su marido tiene una secretaria con la que comparte algo más que trabajo.

Entre funcionarios comunistas del Berlín Oriental y antiguos nazis encubiertos, Cagney se mueve como pez en el agua en esta desternillante comedia. Al actor, cuya verdadera vocación era la de actuar en musicales y que se había visto encasillado en papeles de mafioso, se le nota disfrutar disfrazándose de un personaje que no se relaja hasta el final. Los gags se suceden uno tras otro, no hay descanso. De hecho lo único malo que tiene la película es que si te dejas llevar por las carcajadas vas a perderte los chistes que vienen a continuación.  Como siempre Wilder no deja ningún cabo suelto en el guión, ni siquiera al final cuando deja su guiño particular a la casa comercial que durante 108 minutos ha estado con nosotros.

Esta es una de esas películas que por mucho que la hayas visto siempre vas a estar dispuesto a verla de nuevo. Yo suelo ponérmela a menudo y os aseguro que siempre me lo paso igual de bien que la primera vez. Es la peli perfecta para momentos de bajón. Seguro que te olvidas de todo lo malo con frases como:

-            MacNamara: ¿La Kremlin Coca? Ni los albaneses la quisieron, la usaron para lavar cabras.

-          Otto: No llevo más de tres horas siendo capitalista y ya le debo a usted 10.000 dólares.

-          MacNamara: Cuando el niño sea mayor podrá decidir si ser capitalista o comunista rico.

O conversaciones como esta:

-          El comisario soviético: Estos puros nos lo mandan los cubanos.

-          MacNamara: Pues éste es de mala calidad.

-          Comisario soviético: También los cohetes que les mandamos nosotros son de la peor calidad.

O esta otra:

-          Comisario soviético 1: No podemos huir.

-          Comisario soviético 2: Es verdad, fusilarían a mi familia entera…, a mi mujer, a mí cuñado, a mí cuñada… ¡Huyamos!

En fin, creo que James Cagney se despidió del cine, después de varias décadas, con la mejor cinta que pudo elegir. Y afortunadamente para nosotros la dirigió Billy Wilder.



miércoles, 9 de mayo de 2012

Aquellos años de entonces


Nada mejor que  empezar mi andadura bloguera con el último título de Stephen King, uno de mis escritores contemporáneos favoritos. «22/11/63» , una fecha muy importante en los Estados Unidos y también en el mundo entero debido a que fue el día en que el presidente Kennedy murió en Dallas tiroteado por Harvey Lee Oswald.

La trama es muy interesante para los que nos sentimos atraídos por los viajes en el tiempo y las consecuencias que estos podrían traer para la vida actual. Jake Epping, un profesor de literatura en un pueblo de Maine (estado preferido por el autor para la mayoría de sus novelas) tiene un amigo que le cuenta como el sótano de su restaurante tiene una especie de entrada al pasado, concretamente a un día de Septiembre de 1958. La obsesión de este amigo desde que descubrió el hallazgo ha sido poder evitar la muerte de Kennedy porque siempre ha creído que con ello cambiarían algunos momentos trágicos en la historia de su país, como por ejemplo los miles de muertos en Vietnam. Sin embargo, a pesar de que estaba más que dispuesto a detener a Harvey Lee Oswald antes de que pudiera acometer el asesinato, una grave enfermedad le impide quedarse en el pasado los cinco años que debe esperar hasta 1963. Es por ello que quiere pasarle la batuta a Jake, quien al ser más joven y estar sano, puede ser el que cambie el curso de la historia. Aunque Jake es reticente en un principio, tiene motivos personales para al fin aceptar el desafío así que pasa al otro lado adoptando una nueva identidad.

Si te gustan como a mí los viajes en el tiempo y has disfrutado con “El reloj que retrocede” de Edward Page Mitchel , “Un yanqui en la corte del Rey Arturo” de Mark Twain, “La máquina del tiempo” de H.G. Wells, “El sonido del trueno” de Ray Bradbury y tantas y tantas obras de ficción sobre el tema, estoy segura de que vas a disfrutar de esta novela que además habla de uno de los episodios más controvertidos de la historia del siglo XX.

Stephen King nos traslada a un mundo donde no hay móviles ni ordenadores, un mundo donde la gente todavía deja las puertas de sus casas abiertas para que pasen los vecinos y los jóvenes dicen “señor o señora” cuando hablan con un adulto. Son los años de Glenn Miller y Elvis Presley, de la gasolina barata y el menú de tres platos con postre incluido a menos de un dólar, pero también de la sordidez del racismo, el machismo y la mentalidad obtusa de quienes prohíben libros por considerarlos subversivos.  Como ya nos tiene acostumbrados en sus novelas, la descripción de lugares, personajes y situaciones es inmejorable; casi puedes oler el humo de los cigarrillos, saborear los batidos sin aditivos, sentir el suspense que se va cerniendo página tras página y que te atrapa hasta el final, un final que como casi todo en la vida nunca es como esperas.

En resumen, he disfrutado muchísimo y creo que ha merecido la pena los 26,90 euros que ha costado el libro. Como diría mi hijo “Stephen King es el puto amo.”