martes, 19 de marzo de 2013

Sesión de cine



Como dije en otra ocasión, una vez al mes tenemos cine en el Taller Literario. Cada alumno debe elegir una película basada en un libro y presentarla en la Sala Antequerana de la Biblioteca Municipal. La entrada es libre, por lo cual todo el mundo está invitado, aunque nadie sabe cuál es la película elegida hasta el momento en que el alumno en cuestión nos habla de ella minutos antes de que comience. A mí me encantan estas sesiones: la sala- que es una maravilla -, el secretismo que nos lleva a todos a tratar de adivinar el género por lo poco o mucho que podamos conocer a nuestros compañeros, y también porque es un placer ver una buena película, cosa que siempre ocurre porque todos suelen acertar en la elección.

Este mes me ha tocado a mí la presentación. Ya comenté que me costaba trabajo decidir entre muchas, pero al final fue Cristina, la profesora, quién me dio la idea cuando hizo un comentario sobre las comedias. Y es que es difícil sorprender y encandilar a mis compañeros, entre los cuales hay algunos muy entendidos en la materia, así que pensé que una buena comedia nunca está de más. Acababa de ver  por cuarta o quinta vez – sí, soy muy repetitiva en cuanto a cine clásico- “El pecado de Cluny Brown”, una película de uno de mis directores favoritos: Ernst Lubitsch. Recordé haber leído el libro hacía muchos años, alguien me lo había prestado cuando era una niña y por eso me había topado con la película. Bueno, por eso y porque era de Lubitsch.
 
 

Busqué la novela en Ebay y la encontré. Tengo que admitir que me volvió a gustar, pero después de ver la película pienso que esta lo supera, algo extraño en estos casos. Pero aunque me repita, Lubitsch es Lubitsch.  
 
 

Tenía ganas de hablar sobre ella, pero con esto de no querer que nadie se enterara no me atreví a ponerla aquí- sé que algunos de mis compañeros me lee y no era plan de que fuera con el cuento al resto ;).

Ayer la presenté por fin y ya puedo recomendárosla.
 
 

La película está basada en una novela del mismo nombre de Margery Sharp, una escritora inglesa que a mediados del siglo XX se hizo famosa sobre todo por una serie de libros infantiles cuya protagonista es Miss Bianca, la ratoncita de “Los rescatadores” que Disney convirtió en varias películas animadas.
 
 

Se publicó en 1944, siendo prácticamente una crítica a las firmes convicciones inglesas que decían que las clases no debían mezclarse y que cada uno tenía que saber cuál era su lugar. Esta era un expresión que se usaba más en las clases obreras – sobre todo si se trataba de mujeres -, algo que comenzaba a cambiar a partir del periodo de entreguerras pero que muchos todavía no terminaban de asimilar. Margery Sharp sabe reflejar con mucha ironía a todas estas personas que se negaban a ver más allá de unas reglas y patrones que ya resultaban desfasados. Nos cuenta la historia de una chica, Cluny Brown, a la que le cuesta trabajo acatar las normas. Su tío dice que no sabe estar en su sitio, por lo que la envía a trabajar como doncella a una lujosa casa en el campo. Sin embargo Cluny se encontrará allí con un profesor polaco exiliado que había conocido anteriormente por casualidad y que le había dado una lección sobre la vida. El polaco, que tuvo que huir del país cuando Hitler lo invadió, es un invitado del hijo de los dueños de la casa, pero con su especial manera de ver las cosas, causará más de un trastorno a una familia que es de lo más tradicional.
 
 

Lubitsch, el creador de la comedia sofisticada, la llevó al cine en 1946. Sus protagonistas son Charles Boyer y Jennifer Jones, con un reparto de actores secundarios muy conocidos de la época.
 
 

Si tenéis oportunidad de verla, espero que os divirtáis con ella tanto como yo.

 

domingo, 17 de marzo de 2013

Zuheros


Aunque el tiempo sigue lluvioso y por ratos hace bastante frio todavía, lo cierto es que faltan solo unos días para que la primavera se adentre en nuestras vidas y pinte de colorido el ambiente. Al menos es lo normal, aunque con los cambios climáticos que sufrimos actualmente cualquiera sabe. Concretamente el 20 de marzo a las 12 horas-02 minutos hora peninsular – una hora menos en Canarias – la tendremos aquí. No me preguntéis el por qué de esos 02 minutos, son cosas del Observatorio Astronómico Nacional y yo desgraciadamente no tengo relación alguna con ellos.

Como siempre que pienso en primavera es inevitable que recuerde mis rutas de senderismo preferidas, voy a dejaros unas fotos que hice el último día que salí a caminar, justo el día de mi caída. Ya os comenté que me había accidentado cerca de Zuheros, un pueblecito de Córdoba que forma parte de la Ruta del Aceite, un lugar que nos encantó y que pienso volver a visitar en cuanto pueda.
 
 

Está a unos 620 metros de altitud y solamente tiene 900 habitantes. El origen del pueblo se remonta al siglo IX, cuando los árabes se instalaron allí construyendo un original castillo sobre las rocas.


 
 
 
 

Las callecitas estrechas, los suelos empedrados, los puentes, los pasadizos entre una calle y otra…, todo se conserva de manera singular, dándole un aspecto  antiguo y acogedor que nos encantó.
 
 
 
 
 
 
 
 
La gente es muy amable, les encanta pararse a charlar contigo y contarte lo que quieras saber del pueblo. Nosotros estuvimos hablando durante media hora con un señor con el que al final incluso me despedí dándole dos besos. Nos hizo pasar un rato estupendo.

Las vistas desde cualquier punto son preciosas. Estuvimos sentados en un banco de la plaza principal comiéndonos nuestros bocatas y deleitándonos con el paisaje que nos rodeaba. A nuestro lado, el castillo hecho en la roca, una verdadera obra de arte que nos hizo divagar de cómo harían para construirlo en aquella época.  Y la pequeña y encantadora iglesia.
 
 
 
 
 

Hay varios restaurantes, bares y casas rurales para alquilar. Aunque nosotros lo hemos descubierto hace prácticamente poco tiempo, al parecer es un sitio muy concurrido por senderistas y amantes de la naturaleza. Por cierto, mientras comíamos en la plaza, uno de los restaurantes cercanos despedía un olorcillo tan apetecible que  prometimos volver otro día para sentarnos en su terraza y probar uno de sus platos.
 
 

Volveré, Zuheros, pero la próxima vez procuraré no tener tan mala pata, jajajaja…

sábado, 9 de marzo de 2013

Dos nuevos libros.


Esta semana he leído dos libros que me han dejado una gran sonrisa de satisfacción.

El primero, ¡Llama a la comadrona!, es una novela de 352 páginas que se me ha hecho corta y me ha dado pena terminar.

De vuelta a los años cincuenta en Londres,  época que me encanta. La protagonista es una joven enfermera-Jenny- que quiere ser comadrona y para ello ingresa en un convento de monjas que se dedican a atender los partos del East End, un barrio pobre y marginal donde cualquier ayuda social es imprescindible para sobrevivir. Aunque ella es totalmente atea, no tiene ninguna duda de que con las monjas aprenderá lo suficiente para dedicarse a esta profesión que la apasiona.
 
 

Jenny y sus tres colegas seglares- Cynthia, Trixie y Chummy- se dedican a recorrer el barrio día tras día en sus bicicletas para ayudar a traer al mundo cientos de niños, a la vez que intentan inculcar salud e higiene a las familias y también a involucrarse de una u otra manera en sus vidas. Nos habla sobre todo de las mujeres, esas que siempre y en cada circunstancia son las que padecen peor los avatares de la vida, acusando la pobreza, el desempleo y la mortalidad de los hijos en una sociedad que no sabe atender sus problemas. Jenny, que tiene veintidós años, se ve inmersa en sus vidas, conociendo unas historias reales que la hacen madurar.

Al margen de esas realidades, a veces escalofriantes, la autora expresa un gran sentido del humor para describir a otros personajes, como las monjas con las que convive, a las que termina tomando un gran cariño por su entrega a los demás, o los chicos con los que sale a tomar unas pintas en sus ratos libres.

 Jennifer Worth, trabajó como comadrona desde 1953 hasta 1973, año en que dejó su profesión para convertirse en profesora de piano. Este libro, que al parecer es el primero de una trilogía, salió publicado en 2007 y vendió millones de copias en Gran Bretaña. Pocos años después, en 2011, la BBC produjo una serie de televisión basada en sus experiencias que también se llamó ¡Llama a la comadrona!, con Vanessa Redgrave como una de las protagonistas. Desgraciadamente, Jenny había muerto pocos meses antes de su rodaje y no pudo ver el gran éxito que su historia cosechó en pantalla.

He oído algo sobre que Telecinco ha comprado los derechos de la serie pero ignoro si ya la ha emitido o si por el contrario piensa hacerlo próximamente. No me gusta ver las series por televisión, con tantos anuncios interminables, así que esperaré a hacerme con ella, a ver si me resulta tan atractiva como el libro.

Y voy con el siguiente, otro libro encantador de esos que se leen en un par de días. Se llama El hombre del toque mágico y su autor es un húngaro llamado Stephen Vizinczey. Nos cuenta una historia  fascinante y curiosa que no deja indiferente a nadie durante sus 272 páginas.
 
 
 
Jim Taylor, un ejecutivo americano marcado por el asesinato de su madre y la indiferencia del padre, acaba de ser despedido después de tener que despedir a su vez a cientos de empleados de una empresa en Londres. Asqueado de la vida, y pensando que su esposa estaría mejor si él muriera, decide suicidarse ahogándose en el mar durante unas cortas vacaciones. A punto de morir, descubre a un adolescente extraterrestre que le cambia la vida. Y es que el jovencito alienígena, aparte de convertirse en una especie de hijo adoptado para el matrimonio, también le concede el poder del toque mágico, un don que mediante la imposición de manos permite que Jim pueda rejuvenecer y curar a la gente.  Pero lo que suena a un simple cuento juvenil, es una obra satírica que critica a la sociedad actual, analizando los defectos enfermizos de los países capitalistas y la debilidad de la raza humana. Tiene momentos hilarantes -como cuando Jim decide enfermar de pestilencia a todos los políticos ladrones, traficantes de droga y asesinos del mundo- y momentos tiernos- cuando nos habla de las personas que cura, su relación con Neb, el extraterrestre, y su esposa-, siempre sin dejar de lanzar un ataque mordaz a esta vida sin sentido que llevamos en nuestro planeta.

Me ha encantado. Lo he disfrutado de principio a fin y lo recomiendo a todo el que quiera pasar un buen rato.

viernes, 8 de marzo de 2013

Día de la Mujer



Cuentan que un 8 de Marzo de 1857, las obreras de una fábrica de Nueva York se manifestaron para protestar contra la injusticia de la desigualdad de condiciones y sueldos que padecían frente a sus compañeros masculinos. Al parecer el dueño de la fábrica decidió prender fuego al edificio por lo que 129 mujeres murieron sin que se pudieran atender sus ruegos. Nadie sabe si la historia de esta fecha y este lugar en concreto sucedió en verdad, pero eso poco importa pues durante todo el siglo XX hubo sucesos parecidos que ocurrieron en distintos lugares del mundo cuando algún grupo de mujeres decidió reivindicar sus derechos. A lo largo de los siglos, la mujer ha sido siempre la victima perfecta de cada momento político, de cada guerra, de cada penuria y en definitiva de todos los defectos que nuestra sociedad ha ido padeciendo.
 
 

Han pasado muchos años desde que algunas mujeres comprendieran que había que luchar por equipararse a los hombres, muchos años de lucha y reclamaciones que han ido avanzando muy lentamente, la mayoría de las veces teniendo que recular gracias a movimientos políticos o religiosos que frenaban cada paso hacia adelante. Sin embargo, miles de mujeres valientes continuaron reclamando esa igualdad soñada pese a las humillaciones, maltratos y en algunos casos incluso muertes. Fueron ellas las que nos regalaron un día especial para reclamar nuestros derechos y gritarle al mundo que merecemos la misma consideración que los hombres.
 
 

Desde entonces ha llovido mucho. A veces me pregunto que pensarían esas señoras sufragistas que lucharon por mejorar nuestras condiciones de vida si nos vieran ahora. Imagino que notarían un notable cambio, al menos en los países occidentales la constitución nos ampara y nos equipara a los hombres en igualdad de oportunidades y derechos. Sin embargo, como todos sabemos, la teoría es muy bonita, sobre todo cuando los políticos se llenan la boca con ella, y este es un tema que cada partido suele utilizar a su antojo. La realidad es que todavía hay diferencias entre  hombre y mujer en el mundo laboral. A las mujeres que vamos a solicitar un puesto de trabajo aún nos preguntan si estamos casadas, si pensamos tener hijos o incluso –aunque parezca mentira- si los cambios hormonales afectan a nuestro rendimiento. En esto España se lleva la palma a pesar de que durante muchos años hemos tenido ministras que se rasgaban la camisa alegando lo feministas que eran.
 
 
 
Ahora, con la crisis en España, los hombres de más de cuarenta años se consideran mayores para cualquier puesto de trabajo, algo que está deviniendo en protestas por ese colectivo que se ve abocado a estar en paro el resto de su vida, que curiosamente y dada las expectativas actuales en nuestro país, pueden ser otros cuarenta años más. Pero esto es algo que ha estado ocurriendo con las mujeres incluso en épocas de bonanza, donde solo la administración pública tuvo unos mínimos detalles de incorporar a mujeres de esa edad. Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a que la mayoría de los puestos de trabajo estén hechos para jovencitas, anteponiendo en muchos casos la imagen al resultado laboral. Me consta que hay países europeos donde está prohibido poner la edad en el currículo, pero aquí, si no la pones, ni siquiera se molestan en mirarlo.  




¿Y qué dirían esas sufragistas de nuestros maravillosos anuncios de televisión? De esas esqueléticas modelos de dieciséis años que nos bailan para vender compresas, o de las que se irritan en extremo porque la mampara del baño nunca queda totalmente limpia. Y saliendo de los anuncios, de esas presentadoras con minifalda o de algunos necios personajes femeninos que pululan por los programas, anteponiéndolos a grandes y excelentes mujeres a las que nunca dan cobertura. Bonito ejemplo para las generaciones futuras.
 
 

Pero si salimos de España y del mundo occidental, donde todavía hay mucho que pelear, difícilmente podemos sentirnos satisfechas. Porque en otros países las mujeres siguen viviendo en la Edad Media, cubiertos sus rostros, sin derecho a otra cosa que no sea la voluntad de los hombres que las rodean,  castigadas y maltratadas, muriendo en los partos, violadas, asesinadas en muchos casos por sus propios familiares… Mujeres sin voz, sin rostro, sin vida…
 
 

No sé si este día es bueno o no. No me interesa mucho un día donde los políticos salen a decirnos cuanto se acuerdan de las mujeres para luego seguir en las mismas. Se han habituado a seguirnos la corriente, a alabarnos para tenernos contentas, a llamarse nuestros defensores y mostrarse en exceso amantes de nuestra causa. Pero las palabras se las lleva el viento y mientras tanto, ya digo que hay mucho que hacer todavía.  

domingo, 3 de marzo de 2013

Molly y yo


 
Llevábamos un tiempo pensando en adoptar un perro. Mi marido, que en su niñez había vivido en el campo, contaba anécdotas entrañables sobre los muchos perros que pasaron por sus manos y pensaba que los niños aprenderían mucho de humanidad conviviendo con uno de esos peluditos que terminan convirtiéndose en algo especial en cada familia. Mi hijo, quien ya por entonces apuntaba maneras de veterinario- enamorándose de todo animal con el que se cruzara- se unía a la hermana para suplicarnos traer un perro a casa, prometiendo cuidarlo y sacarlo a pasear cuando fuera necesario. Por entonces eran dos críos y a mí me hacía gracia ver la insistencia que ponían, anteponiendo esto a cualquier otro regalo que pudieran desear, buscándole nombre y ubicándole un lugar para dormir mucho antes de que el padre y yo decidiéramos nada.
 
 
 

Yo no lo tenía muy claro. De niña nunca tuve perro. Mi madre jamás lo permitió pues su trabajo le hacía pasar muchas horas fuera de casa y bastante tenía con preocuparse por mí, que era la pequeña. La única mascota que conseguí fue un pollito que me regaló alguien en un cumpleaños y al que durante semanas llevé metido en una caja de zapatos a todas partes, dándole de comer y arropándolo con una mantita a la hora de dormir. El pollito, amarillo y gordito, se escapó de la caja en cuanto creció un poco y comenzó a llenar la casa de sus porquerías fisiológicas, cosa que mi madre no estaba dispuesta a permitir, por lo que me dijo que sería mejor regalarlo a una señora que tenía un patio con gallinas, donde sería feliz comiendo grano y viviendo con sus semejantes. Lo llevamos en su caja y me despedí de él sin demasiado apego.
 
 

Yo tendría unos veinte años y ya vivía sola cuando la amiga de una amiga me ofreció un cachorro de pastor alemán de la camada de su perra.  Me animé y lo acepté, entre otras cosas porque era difícil resistirse al encanto de aquella cosita tan preciosa. Hasta el momento en que lo llevé a mi pequeño piso, Dudo –le llamé así como homenaje a un personaje de la serie Fraggle Rock- había vivido seis meses con su madre y sus hermanos en un chalet con jardín donde podía correr como el loco juguetón que era. Meterlo en aquel espacio reducido no le gustó demasiado y pasó la primera noche llorando, sin duda echando de menos su ambiente y familia, sin que pudiera consolarlo. Lo peor fue que al día siguiente yo tuve que irme al trabajo a las ocho de la mañana y no regresé hasta cerca de las seis de la tarde. A pesar de haberle dejado comida y agua en abundancia, durante toda la jornada estuve lamentándome por el pobre animal, sintiéndome como una secuestradora que lo había arrancado de su hábitat feliz para llevarlo a una prisión. Al llegar a casa y ver la carita de pena que me esperaba en un rincón de la cocina, lo devolví a su dueña enseguida. Dudo se revolcó en el césped, lamió a la madre y no dejó de mover el rabito mientras sus hermanos se le abalanzaban para jugar. Ni siquiera miró en mi dirección mientras me alejaba, seguramente aliviado porque no volviera a llevármelo.
 
 

Aquello me había marcado un poco y pasados los años aún pensaba en ello. Sin embargo ahí estaba, dándole vueltas a la idea de hacernos con un perro que completara la familia. Parecía que cada día estábamos más decididos y ahora barajábamos la raza, el lugar donde iríamos a buscarlo o comprarlo, etc...
 
 

En nuestra calle, frente a nuestro piso, había una tienda de animales donde mis hijos se paraban cada tarde, a la salida del colegio, a mirar por el escaparate. A veces entraban sin que yo pudiera evitarlo y pasaban lo que a mí se me antojaban horas contemplando perritos, gatitos, conejos, ratones, tortugas y todo un festival de animales que los volvían locos. Una tarde de Octubre del año 2003 en la que ellos habían salido con el padre, decidí esperarlos en la calle. En el escaparate de la tienda había tres cachorritos que jugaban entre ellos, tan encantadores que estuve sonriendo todo el tiempo. De los tres, uno de ellos era marrón chocolate oscuro, algo que me hizo gracia porque yo llevaba un jersey del mismo color. Fue una especie de flechazo. Sin pensarlo entré en la tienda y hablé con el dueño, que me dijo que la marrón era “una niña”, un perro de aguas de una variedad que llaman “turco”, original de Ubrique. “Encima eres gaditana, como yo”, recuerdo que pensé mirándola y entonces la cogí en brazos y ella me lamió la mano y se me acurrucó de manera que su cuerpecito marrón se perdió en mi jersey.
 
 

No recuerdo cuanto nos pidieron por ella, es algo que pasó a segundo plano en cuanto la tuvimos en casa, cosa que hicimos enseguida llegaron los niños y me vieron entusiasmada con aquel perrito en brazos. La llamamos Molly Brown- en honor de la indestructible y famosa Molly Brown americana y al color de su pelo- y nos turnamos para tranquilizar el temor que sintió cuando la separamos de sus hermanos.
 
 

En aquella época yo estaba haciendo un curso durante toda la mañana cerca de casa, así que iba y venía todo el rato que podía escaparme para verla. Luego la envolvía en una mantita de dibujos infantiles que había pertenecido a mis hijos e iba a recoger a la niña al comedor del colegio, donde Molly se asustaba cuando otros niños corrían a acariciarla. Nunca ha sido muy confiada con extraños, desde el principio dejó sentado que no iba a soportar que alguien ajeno a la familia tomara intimidades con ella.
 
 

Pero a nosotros nos convirtió en su estirpe, haciendo suya nuestra casa y conviviendo con nosotros como una más. A medida que crecía fue evidente que su preferido era mi marido, con el cual sale a correr y al que sigue como un dios. Pero también nos quería a los demás. Yo, que no sabía lo que era realmente tener un perro, me he visto querida, mimada y adorada por esta mata de pelo que lame mis tristezas y celebra mi vuelta a casa como nadie ha hecho jamás, y no lo digo porque mueva el rabito hasta que parece que se le vaya a caer, sino por la alegría que reflejan sus ojos y  esos abrazos que aprietan mis piernas siempre, una y otra vez, aunque yo haya salido tan solo unos minutos. Hace lo mismo con los niños, aunque a estos tarda meses en verlos desde que viven fuera. No los olvida y cuando vamos a verlos ella es la primera en entrar en el coche para hacer un largo viaje que al fin tiene su recompensa cuando nos tiene a todos juntos, algo que parece obsesionarla. No le gusta la casa de ellos en Cáceres, pero esa es otra historia.
 
 

El día de mi caída, ella se resistía a dejarme un solo momento. Cuando al cabo de casi una semana en el hospital regresé a casa por fin, estuvo a mi lado todo el rato, poniendo la cabeza sobre la pierna herida y acompañándome cada vez que tenía que moverme con las muletas. Los dos meses que ha durado mi reposo, sin poder apoyar el pie en el suelo, ha estado junto a mí, alejándose solo cuando salía a hacer sus necesidades. Cuando he comenzado a andar ha seguido persiguiéndome, ahora en la cocina, ahora en el salón, siempre pendiente de mis pasos, como si tuviera que vigilarme cada movimiento. A veces salta y se me sube encima, da un suspiro y se repantinga para dormirse. Y aunque su preferido sigue siendo “el macho Alfa”, esa demostración de cariño que me dedica cada hora de su vida es suficiente como para no sentirme una segundona en su escala de valores. Simplemente pienso que tiene mucho amor que dar y me siento afortunada porque quiera hacerme merecedora de una porción de él.
 
 

Siento si me he puesto algo sentimental en esta entrada, pero quería dedicarle algo a esta peludita cuya capacidad de entrega es superior a la de muchos humanos.
 
 

Te quiero mucho, Molly Brown.