lunes, 30 de diciembre de 2013

Una Navidad diferente



Cuando llegamos a la casa comenzamos a desempaquetar todo lo que llevábamos para pasar esa Navidad campera que tanto ansiábamos. Molly no venía en la maleta, no creáis, tal vez estaba cansada del viaje o esperaba a ver qué hacíamos. En cuanto se dio cuenta de que íbamos a quedarnos allí, se puso a olisquear a su antojo.


 

El exterior era precioso. Estábamos rodeados de una naturaleza en todo su esplendor con olor a húmedo. El primer día no llovió pero a partir del segundo aquello se convirtió en un temporal en toda regla que incluso rompió algún que otro árbol.










Por suerte, dentro de la casa se estaba muy bien y pudimos disfrutar del calor del fuego y de la preparación de todo un menú casi improvisado con el que seguramente engordamos varios kilos.







Lejos de centros comerciales, de petardos en las calles y de la habitual propaganda consumista de la época, allí respiramos un aire puro que daba sentido a la paz y armonía que en estos días se pretenden.

 

Para repetir.

sábado, 21 de diciembre de 2013

El comienzo de la Navidad



Cada año, parecía que el sorteo de loteria anunciaba el pistoletazo de salida a la Navidad. Hasta ese momento, intuíamos que ya llegaba por algunos escaparates del centro, claro. También la iglesia del barrio preparaba desde hacía un tiempo el belén que cada día íbamos a ver para comentar los avances con ilusión. Nos parecía gigante y trabajoso, por eso entendíamos que los autores tardaran tanto en hacerlo a pesar de nuestra impaciencia. Y luego estaban los villancicos que ensayábamos en el colegio, hasta que el último día, cuando proclamaban las vacaciones para gozo de todos, cantábamos el recital completo con tanto afán que terminábamos poniéndonos roncos.

Todo esto era el anticipo, claro. Lo bueno empezaba con la lotería. Me despertaba el canto de los niños de San Ildefonso entonando números y pesetas en la radio. Mi madre me permitía desayunar turrón de chocolate Suchard ese día, manjar divino que mi paladar esperaba con la misma intensidad que a Los Reyes Magos. Luego, sin nada que hacer más que estirar las horas en lo que yo quisiera, salía en busca de mis amigos.


Algunas viviendas abiertas del portal dejaban salir una mezcla de olores que te golpeaba la nariz: almendras, canela, miel, chocolate caliente… Algunas madres aprovechaban la mañana para confeccionar dulces tradicionales que luego nos darían a probar a todo el bloque, entre risas, los mayores acompañándolos con copas de anís o coñac mientras hablaban de esa lotería que nunca tocaba.  “¡Pero tenemos salud y eso es lo importante!, se dirían unos a otros entre brindis y brindis, riendo y saboreando esas pastas que se deshacían en la boca. 



Pero antes, mientras los dulces se freían en aceite de oliva hirviendo, cuando los niños de San Ildefonso todavía eran los protagonistas del sonido de cada casa, nosotros, los niños que no repartíamos dinero, salíamos a la calle a jugar. No había luces navideñas adornando las calles, tan solo algunos escaparates lucían algún efecto navideño, en especial el de la tienda que vendía juguetes y que para entonces aparecía desbordado de todas esas maravillas que esperábamos conseguir la noche de Reyes. Aún así, a pesar de que la calle parecía igual que siempre, había un ambiente festivo y alegre en la gente que pasaba, en los niños que correteaban de un lado a otro o en los vendedores ambulantes, que sonreían si alguno de nosotros cantaba un villancico improvisado de repente. Sí, los niños captábamos que los mayores parecían más felices, seguramente porque la fecha les hacía volver a su infancia.

 Desde la iglesia nos llegaban las voces del coro juvenil que ensayaba para la Misa del Gallo. Nos sabíamos todas las canciones, las llevábamos escuchando toda la vida. La noche del 24, cuando dieran las doce, algunos de nosotros iríamos con nuestros padres a la misa donde por fin pondrían al Niño Jesús en el pesebre. Y al cabo de los años muchos también terminaríamos participando en aquel coro que era más una pandilla que un grupo musical. Por el momento, preferíamos disfrutar en la calle y sobre todo soñar con aquellos regalos que esperábamos para el 6 de enero.  


 

Los nervios crecían a medida que el sorteo de Navidad iba acabando. La mayoría de la gente se daba cuenta de que ese año tampoco cambiaría su suerte económica así que había que seguir con la vida. El almuerzo esperaba, los niños subíamos cada uno a nuestra casa con alegría. Daba igual que la comida de ese día no nos gustara ya que después nos daríamos un festín de pasteles. La Navidad era maravillosa; teníamos vacaciones, todo el azúcar del mundo y muchas esperanzas para el día de Reyes. ¿Qué nos importaba a nosotros la lotería si no fuera porque con ella comenzaba la fiesta más bonita del año?


 

FELIZ NAVIDAD A TODOS