No tengo conciencia de cuando comencé a relacionar a
Paco de Lucía y Algeciras, a Algeciras y Paco de Lucía. Tal vez dentro de las
entrañas de mi madre yo ya conocía esos nombres. Mi padre, sevillano de
nacimiento, recaló en la capital del Campo de Gibraltar a principios de los
años cincuenta. Iba destinado como policía- policía armada en aquel entonces- a
ese lugar perdido de la mano de Dios donde a cada funcionario se le daba un
plus como compensación por la mala conexión y peores comunicaciones. Algeciras
tenía un buen puerto, pero las carreteras a cualquier lado eran pésimas y un
viaje en tren a Madrid duraba unas doce horas. Mi padre llegó dispuesto a estar
el tiempo necesario hasta nuevo destino, pero nada más aterrizar se encontró una
ciudad ideal para su forma de ser: alegre, abierta, entusiasta de la vida… Se
enamoró de ella al mismo tiempo que de mi madre y de esa gente que enseguida comenzó
a tratarlo como si hubiese nacido allí. En cuestión de nada, mi padre se
metió en vena la bahía y ya no quiso que saliera de su alma.
Esa década de los cincuenta fueron años de
tertulias masculinas donde el vino y el flamenco formaban pareja hasta altas
horas de la noche. Como buen flamencólogo, mi padre se codeó con aquellas
figuras interpretativas que animaban cada taberna, fiesta popular o reunión
privada. Y así fue como conoció a Paquito Sánchez, ese niño que acompañado por su padre y sus
hermanos, movía los dedos como si un ángel lo estuviera guiando. Puedo imaginar
los OLE que arrancaba con sus acordes conmovedores e imposibles. Paco, el hijo
de Lucía la portuguesa, no sabía tocar la guitarra bien, es que era un genio
con mayúsculas. Y entre todos aquellos algecireños que pudieron contemplar los
comienzos de un monstruo, mi padre aplaudió a rabiar y se hizo incondicional de
él hasta su muerte.
Pepe de Algeciras, hermano de Paco y padre de la cantante Malú, cantando mientras su hermano Ramón toca la guitarra. Detrás de ellos, a la derecha, mi padre.
Grupo de amigos arropando al guitarrista, el tercero de pie desde la izquierda. Mi padre es el segundo por la derecha.
Paco se marchó pronto a llevar su arte por el mundo,
cualquier sitio se le haría pequeño a alguien que por derecho tiene que ser
universal. Pero siempre llevó a Algeciras en su corazón y habló de ella como él
sabía, sin palabras, desgarrando su guitarra hasta hacernos ver lo que sus ojos
soñaban mientras componía esas melodías que viajaban con el aire de levante
hasta posarse sobre su pueblo y quedarse ahí por toda la eternidad. Paco no
pudo estar en su Rinconcillo tanto como quisiera, pero nunca olvidó a sus amigos
de siempre, esos que se alegraban de sus éxitos en la distancia. Cuando volvía,
ya fuera para pasear por las calles que lo vieron crecer, o para ser
homenajeado por sus compatriotas, Paco seguía sintiéndose algecireño.
Ahora ya está descansando en el cementerio viejo,
muy cerca del Rinconcillo, esa su playa querida cuyas olas seguramente bailarán para él. Muy cerca, mi
padre reposa también mirando al mar. Seguramente su espíritu saldrá por la
noche, junto con el de otros muchos, para rogar a Paco que toque algo. Mientras
la luna y las estrellas suspiran expectantes, del cielo bajará una nube en
forma de guitarra y Paco, con su humilde sonrisa, tocará para deleitarlos a
todos una y otra vez.
NOTA: La primera foto la he sacado del libro PACO DE LUCÍA Y
FAMILIA, EL PLAN MAESTRO de D.E. Pohren. En el año 1994, un conocido librero
algecireño nos avisó a mis hermanas y a mí de que habían sacado una biografía del
guitarrista y que en él había una fotografía donde aparecía mi padre. La número
dos es de mi colección particular.