viernes, 17 de enero de 2014

Lo que nunca se pierde.


Si hay algo que una aprende con los años es que la infancia es algo que te acompaña mientras vivas. Ya puedes haber tenido miles de experiencias, cambiando tu entorno con nuevas personas, o crearte una vida totalmente diferente; esa personita que un día fuiste acaba volviendo de vez en cuando para recordarte quien eres en realidad. Parece mentira que unos cuantos años puedan marcarte tanto pero es así.
 

Estos días estoy encontrando a mucha gente que estuvo conmigo durante aquellos años de infancia gracias al Facebook. Son personas que llevo muchos años sin ver, casi olvidadas ya por mis retinas, pero que al reencontrarlas han vuelto a ocupar un lugar en ese corazoncito donde todavía reina una niña que iba al colegio con un par de trenzas.

Compartieron conmigo tantas horas al día, tantos días al año, tantos años al fin…, que aunque ahora creo que son pocos, entonces me parecieron muchos e interminables, no por ellas, sino por las clases, los deberes diarios, los profesores que no nos dejaban en paz…

Ellas, esas personas, fueron mis compañeros de andadura en un camino lleno de rutinas que el destino nos hacía recorrer un día y otro. Compartíamos juegos y risas, lápices o chucherías. También nos intercambiábamos los nervios ante un examen o las miradas cómplices cuando un profesor tenía un mal día. A veces nos peleábamos por cosas que ya no recuerdo y minutos más tarde hacíamos las paces en el pasillo, donde nos castigaban por habernos portado mal. Conocíamos lo verdaderamente importante de cada uno, como su color preferido, el cantante que ocupaba una pared de su cuarto en forma de poster o la marca de chicles que solía llevar en la cartera. Lo demás, quienes eran sus padres y a que se dedicaban,  el número de hermanos con los que tenían que compartir el baño y la calidad de sus ropas, carecían de valor. Solo interesaba el conjunto que formábamos, respirando juntos en un espacio que hacíamos nuestro.


Fuimos creciendo mientras encontramos atajos en el camino; lógicamente cada uno fue por un lado en busca de otros destinos que esperaban por nosotros. Unos se quedaron cerca, observando los cambios de los otros en el día a día, alegrándose por sus triunfos o lamentando las penalidades. Otros se alejaron tanto que olvidaron el sendero inicial, perdiendo de vista cualquier rastro y haciendo que el resto no supiera de ellos. Pero todos conservamos esos recuerdos de una época donde aprendimos a vivir. Y eso es lo que todavía nos une.

Gracias a todos y todas por devolverme mi niñez.



 

4 comentarios:

  1. estoy totalmente de acuerdo. la infancia y la adolescencia es lo que más marca. hace tres meses tuve una cena de antiguos alumnos del colegio, y fue algo verdaderamente mágico. suena a tópico, pero es como si no hubiera pasado el tiempo.
    mis compañeros del colegio tenían personalidades muy marcadas, cada uno era un mundo. en cambio, en la universidad la gente me parecía muy insulsa, como si todos estuvieran hechos a molde, y eso que era una universidad pública. claro que los ingenieros, en general, no se caracterizan por ser gente muy divertida. en cualquier caso, en el colegio la gente se mostraba tal como era, allí éramos todos como una familia.
    preciosa entrada. besos, merchi!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. jajaja, Chema, me ha hecho gracia lo que dices de los ingenieros, yo tengo algunos en la familia, jejeje... Yo estoy deseando reencontrarme con esa gente de la que hablo para darles un abrazo ;) Besitos.

      Eliminar
  2. Como Chema, yo también tuve hace un tiempo un reencuentro con esos compañeros de colegio y, aunque en un primer momento piensas que puede ser algo incómodo teniendo en cuenta la de años que han pasado ¡para nada! Es como si nos hubieramos visto el día anterior jejejej

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Espero que para nosotros sea lo mismo, debe ser muy bonito. Besitos, guapa.

      Eliminar