Un amigo me envió esta cartelera de
cines hace algún tiempo. Era cuando en Algeciras había muchos cines,
varios en el centro y prácticamente uno en cada barrio. De todos ellos ya no
queda ninguno, ni siquiera uno que se haya convertido en un edificio reliquia
que el ayuntamiento pueda convertir en algo acorde a los tiempos, como ha
ocurrido en Málaga con alguno de los suyos. Si algo ha caracterizado a los
gobernantes que han pasado por Algeciras es su falta de sensibilidad ante
ciertos lugares que un día fueron emblemáticos en la ciudad. Por fortuna, últimamente
hay gente que lucha contra ello y tengo esperanzas de que a partir de ahora se
tenga más cuidado con el patrimonio urbanístico.
Pero yo quería hablaros de la cartelera.
Como podéis ver corría el año 1973 y la entrada más cara costaba 25 ptas. y 12
la más barata. Las películas son tan entrañables como inolvidables, la mayoría
pensada para los más habituales en las salas: los niños. Yo era muy pequeña
entonces pero ya me dejaban ir sola al cine de verano de mi barrio, El Mirador.
Por entonces los niños nos movíamos más fácilmente por las calles, seguramente
porque casi todos los adultos nos conocían. Si te portabas mal, no era raro que
la vecina del tercero te regañase como si fuera tu madre, y si tenías algún
problema enseguida salía alguien conocido al paso para echarte una mano.
A mí me encantaba aquel cine e iba casi
todas las noches durante las vacaciones. El portero era un conocido de mis
padres por lo que siempre me dejaba entrar gratis y si estaba de buenas,
también colaba a alguna de mis amigas. Dentro había las típicas sillas de madera
características de aquel tiempo, si te movías mucho podía cerrársete con el
consiguiente mosqueo de los espectadores de atrás. Antes de la sesión, mis
amigos y yo nos aprovisionábamos de chucherías en el kiosco del fondo: pipas,
regaliz negro y rojo, chicles “Joe Bazooka”, altramuces… Cuando empezaba la película
nos callábamos expectantes, atentos a aquella pantalla que durante una hora y
pico nos deleitaba con grandes aventuras. Mientras, íbamos intercambiando las
viandas unos con otros, casi sin mirarnos, simplemente alargando la mano a
derecha e izquierda y agarrando aquello que por el olor sabíamos que íbamos a
encontrar en la mano del compañero. Si todo aquel caudal de sal y azúcar nos
daba sed, teníamos que levantarnos rápidamente para no mosquear a los de atrás y
correr de nuevo al kiosco, donde el dueño nos servía Casera en un vaso de
cristal que él mismo fregaba después de cada visitante. O eso pensaban nuestras
madres, que yo nunca lo vi. No recuerdo cuanto costaba ese sabroso vaso que bebíamos
rápidamente, a pesar de las burbujitas, para volver enseguida a nuestro
asiento.
En ese cine vi grandes comedias, largas
epopeyas históricas y dramas que hacían lagrimear a las señoras. Me enamoré de héroes
valerosos y soñé con viajes en el tiempo, aventuras en el desierto y naufragios
en alto mar. Mis amigos y yo vivíamos cada noche de esos veranos como si no
existiera otra cosa que aquella vida que se nos presentaba en Tecnicolor.
A la salida del cine, la realidad de la
vida no nos impedía seguir inmersos en la película. Hablábamos de ella,
recitando algunas frases, imitando a los personajes que se quedarían siempre en
nuestra mente infantil, jugando a ser ellos. Si no habíamos gastado todo el dinero, el olor a pan recién
hecho de una panadería cercana nos tentaba a retrasarnos, parándonos a comprar
un bollito que nos quemaba las manos y que íbamos comiendo de camino a casa. Era
una delicia cuyo sabor aún retengo en mi memoria.
Es curioso lo que una simple cartelera
antigua puede llegar a decirte.
Hoy, el amigo que me envió esta joya y
que fue unos de los compañeros que compartió conmigo algunas de estas vivencias, ha
tenido una gran pérdida y yo no dejo de pensar en él. Cuando la vida te golpea
bien fuerte el dolor es inaguantable, lo entiendo muy bien. En esos momentos desearías volver a ser un niño, sentado en un cine de barrio, comiendo chucherías con tus amigos y riendo por cualquier cosa. Por desgracia esto no es así.
Animo Javi, espero que te quedes con los
buenos momentos y olvides los malos. Como te he dicho, ahora te cuida desde el
cielo. Un abrazo.
Has hecho que vengan a mi memoria un montón de recuerdos.....Y con ellos un poco de nostálgia. ¡¡¡¡Que felicidad da la inocencia!!!!
ResponderEliminarGracias Sol, tú también andabas por allí, eramos como una gran familia. Un beso.
ResponderEliminarAhora no apreciamos lo que tenemos. En esos tiempos, ir al cine en sí era toda una aventura. Si teniamos planeado con tiempo ir el domingo al cine, te levantabas ya con mariposas en el estómago, nerviosita esperando la hora de marchar. Y entonces, aunque había tiendas pequeñotas de chuches y otras cosas en el cine, no había los macro stands de ahora de palomitas, ni olía todo el hall a palomitas ni a nachos ni algodon dulce. ¡Y veías la pantalla entre la columna de humo de la gente fumando! XD
ResponderEliminarFíjate que no me gusta mucho ir al cine ahora, con lo que me gustaba entonces. Y eso que los cines de antes no eran tan perfectos como se suponen que son los actuales. Creo que, como todo, han perdido mucho encanto. Pero claro, tal vez sea que cuando te haces mayor todo lo pasado te parece mucho mejor, no sé.
EliminarAy, sí, aqui ha pasado lo mismo, los cines de siempre han cerrado todos y aunque la mayoría de los edificios siguen en pie ya no tienen nada que ver con lo que fueron es su momento. Que buenos recuerdos los del cine en la infancia ¿eh? jeje
ResponderEliminarMucho ánimo a tu amigo.
Ay, estos politicos que nos tocan en suerte, yo digo que suelen pensar con el culo, porque mucho cerebro no demuestran. Lo de los edificios antiguos es una pena y creo que pasa en todas partes. Gracias y un besito, guapa.
Eliminares verdad, cada vez quedan menos cines de los de antes. en madrid, la mayoría están concentrados en la gran vía. al lado de mi casa había uno, y ahora en su lugar hay un banco. y en la calle alcalá había uno con mucha solera llamado benlliure, lo quitaron para poner una tienda de libros y discos que también cerró, y ahora está el local desierto.
ResponderEliminarlo de los vecinos que te podían regañar me ha recordado a una vez, cuando era pequeño, que cogí una flor de un macetero, y una señora que estaba asomada a la ventana en un piso bajo se puso a gritarme como una energúmena, jeje.
entiendo bien eso de que en momentos difíciles nos gusta recordar nuestra infancia, cuando nuestra vida era más sencilla.
besos y mucho ánimo.
jajaja, Chema, me has recordado una vez que mis amigos y yo estábamos en un parque de Algeciras y arrancamos una flor. Un guarda nos vio y nos dio una charla de media hora explicándonos por qué aquello había estado mal. Imagino que ahora, si pasara lo mismo, cualquier pandilla de niños asustaría al guarda, tanto que tal vez ni se atreviera a regañarlos. El mundo ha cambiado mucho.
ResponderEliminarUn beso.