miércoles, 29 de mayo de 2013

Abriendo la caja de galletas


A veces una se encuentra con fotos así.
 
 

No recuerdo ese día. Mi hermana Mª José, con coletas, sonríe a la cámara mostrando una mella. Yo estoy menos sonriente, aunque parezco relajada. Imagino que el fotógrafo nos estaría hablando. “Mirad al pajarito”, se solía decir en aquellos tiempos, nada que ver con el tan famoso “cheeeeeseeee” de ahora. Y aunque ya habíamos aprendido que no había ningún pajarito que saliera de repente por arte de magia, también sabíamos que había que sonreír y quedarse un ratito inamovible, atentas a aquel click con el que terminaría la forzada quietud tan odiada por cualquier niño.

La foto está hecha en el Colegio Virgen del Mar, donde mis hermanas solo estuvieron un par de cursos pero donde yo hice toda la EGB. En ella se puede apreciar el típico decorado que los fotógrafos colocaban entonces: un panel dibujado de una ventana con vistas a una fuente y un jarrón lleno de flores. Estamos sentadas a una mesa, supongo que la del director del colegio, donde aparte del soporte para plumas y el consabido libro de todos los retratos escolares de la época, me llama la atención ese teléfono que durante tantos años acompañó nuestras casas. Ambas llevamos los jerséis que mi madre solía hacernos a las tres –mi hermana Macarena no aparece porque al ser mayor se ganaría una fotografía solo para ella, supongo- y esas bolitas doradas que desde nuestro nacimiento, hasta muchos años después, estuvieron siempre en nuestras orejas.

Esta fotografía, guardada en mi vieja caja de galletas, me hace pensar algo muy curioso. Porque a pesar de que recuerdo esas caritas angelicales que aparecen en ella, -recuerdos de mi niñez que siempre permanecerán dentro de mí- ahora, con el paso de los años, también veo en ella a otras personas, hijos y sobrinos que entonces no existían y que años más tarde han copiado nuestros rasgos, al igual que harán sus descendientes, perpetuando ojos, cabellos, pómulos, sonrisas… Cosas de la vida.

jueves, 23 de mayo de 2013

Jane Austen



Hace tiempo que quería crear una entrada para hablar sobre ella, pero no ha sido hasta hace unas semanas, animada por mi hermana, cuando lo anoté como una tarea pendiente. Decir que la adoro es poco. Creo que tendría trece o catorce años cuando la descubrí. Orgullo y prejuicio, Jane Austen, eran las únicas palabras que aparecían en aquel tomo –sin fotos ni sinopsis- que vi en la Feria del Libro en la Plaza Alta de Algeciras.  Aún me pregunto por qué me llamó tanto la atención. Mi madre accedió a comprármelo, y aunque no recuerdo el precio, si puedo recordar cómo, minutos más tarde, me sumergí por primera vez en el mundo de las hermanas Bennet y el Sr. Darcy. Han pasado muchos años desde entonces, pero aún sigo leyéndolo de vez en cuando. Y es que cuando Jane Austen te atrapa, lo hace para siempre.

Conocer a la escritora me costó algún tiempo más. Me gustó encontrar en el mapa el lugar de su nacimiento, Stenventon-Hampshire-Inglaterra, e imaginar aquellos verdes prados salpicados de casas majestuosas del año 1775, esas casas que luego ella describe en todas sus obras. Supe también que su padre fue un reverendo sin muchos recursos, y que ella y su hermana Casandra estuvieron muy unidas ante el resto de hermanos varones. Ambas estudiaron juntas, pero fue la enorme biblioteca del reverendo la que inculcó a Jane su amor a las letras. Me la imagino leyendo y escribiendo a la luz de una vela, arropada con un chal, mientras la lluvia golpetea las ventanas de su habitación. Y la veo sonriendo irónicamente ante esos personajes extremos -y reales- que tan bien supo crear. Porque la ironía tuvo que ser una parte importante de su carácter a juzgar por cómo, sutilmente, critica las penalidades femeninas de la época, aquella en que la mujer no poseía nada que no le diesen los hombres, primero los padres y más tarde los maridos. Nacían para casarse y para el matrimonio se esmeraban desde niñas. La propia Jane estuvo a punto de casarse, aunque la cosa no cuajó sin que se sepan muy bien los motivos. Y años más tarde, cuando la familia pasaba largas temporadas en Bath – ciudad de balnearios donde curarse de enfermedades varias y para concertar citas como ella bien describe en Persuasión y La Abadía de Northanger-   parece ser que un hombre estuvo interesado hasta el punto de pedirle matrimonio. Pero Jane no se comprometió tampoco esta vez. ¿Tal vez por qué pensaba que era feliz únicamente con sus escritos? Comenzó a hacerse tan conocida que el propio príncipe regente –al cual le dedicó Emma- esperaba cada publicación con ansias. Sin embargo su hermano Henry, que era el que llevaba sus asuntos comerciales, no la hizo rica ni mucho menos. Además Jane enfermó repentinamente- se dice que la causa pudo ser la enfermedad de Addison- y el dinero se iba a espuertas en tratamientos médicos y casas de reposo. Casandra estuvo con ella hasta el final, cuando a los 41 años, Jane dijo adiós a este mundo y nos dejó sin conocer ninguna otra obra suya.  
 
 

Hablar de sus libros es reiteración. Todo el mundo los conoce aunque sea por las muchas adaptaciones al cine o en series que se han hecho de cada uno de ellos.
Sentido y sensibilidad
 
 Orgullo y Prejuicio
 
 Emma
 
La Abadía de Northanger
 
 
 Persuasión
 
Mansfield Park
 
 Lady Susan… y las dos incompletas Sanditon y Los Watson, que una de sus sobrinas terminó años más tarde.

Interesantes algunas de las películas que se han hecho últimamente sobre la propia escritora, como La Joven Jane Austen, donde se especula sobre su primer romance. Y aunque la cinta tuvo muy malas críticas por las libertades que el guión se permitió, inventándose gran parte de la historia, está bien para pasar un rato y conocer el entorno en que vivió.
 
 

Miss Austen Regrets, nos cuenta sus últimos años, cuando una de sus sobrinas le pide consejo sobre el amor y el matrimonio y ella, mientras lo hace, también le habla sobre sus experiencias al respecto.
 
 

Y en torno a sus novelas, Conociendo a Jane Austen nos muestra a un grupo de lectores que se reúnen una vez a la semana para estudiar los libros de la autora mientras vamos conociendo sus vidas, las cuales inevitablemente se ven influenciadas por los personajes de cada novela. No es una gran película y en ciertas partes flaquea un poco con los tópicos típicos de Hollywood, pero si eres amante de Jane Austen y te sabes de memoria sus libros, te la tragas e incluso la disfrutas.
 
 
¿Y algún musical? Pues también. Bodas y Prejuicios. Una historia actual sobre una Elisabeth Bennet india y un Sr. Darcy inglés. Divertida, con una fotografía excelente y unas canciones muy pegadizas.
 
 
Y siguiendo con el traslado de sus historias a la época actual, Clueless, una Emma moderna y pija en Los Ángeles.
 
 

Y por último, aunque ya hablé sobre ella en alguna entrada anterior, mencionar la serie de la BBC Lost in Austen –Perdida en Austen- porque… ¿a qué persona que haya leído Orgullo y Prejuicio no le gustaría viajar en el tiempo y conocer de primera mano a cada personaje? Pues eso es lo que le pasa a la protagonista de esta serie, una chica londinense que lee una y otra vez la historia de Elisabeth Bennet y Darcy y que un día descubre cómo adentrarse en la novela desde su propia casa. En clave de humor, la chica se ve envuelta en la trama, prendida por Darcy y estropeando algún que otro asunto de la novela original. Creo que Jane Austen se echaría a reír de poder verla.
 
 

Hay muchas más versiones y adaptaciones…, incluida alguna sobre zombis en Orgullo y Prejuicio en novela. Y no se me puede olvidar La nueva vida de Miss Bennet, de Colleen Mccullough, la famosa escritora de novelas históricas, quien nos cuenta aquí una posible salida para la hermana patito-feo Mary Bennet.
 
 

Durante años se ha estado diciendo que Jane Austen es una escritora de mujeres, término ya de por sí insultante y que se supone engloba esa literatura que no tiene otra pretensión que el romance. Pero, afortunadamente, hace algún tiempo que se le está otorgando la categoría que merece. Porque supo retratar el siglo XVIII como muy pocos. Y porque es única e inimitable.

 

miércoles, 15 de mayo de 2013

39 escalones


John Buchan fue secretario privado del gobernador de las colonias británicas, corresponsal del Times en Francia, comisario de la asamblea de la Iglesia Anglicana, Gobernador de Cánada…y sobre todo escritor.
 
Escribió poesía, biografías sobre personajes clásicos y novelas históricas. Sin embargo, un día que intentaba descansar de la profundidad de una de sus obras, escribió una novela entretenida sin más, un relato sobre un hombre aburrido, Richard Hannay, que se ve envuelto en una aventura de espías, asesinatos y un complot para destruir Inglaterra. 39 escalones la llamó y el autor hace una parodia de las típicas novelas de entonces –la escribió en 1915- donde los protagonistas son héroes valientes y decididos. Richard Hannay, por el contrario, es un tipo normal que de repente tiene que intentar salvar su vida y la de su país. La novela se lee en un pis pas y tal como el escritor pretendía, solo sirve para pasar un buen rato.
 
 

En 1935, Hitchcock la llevó al cine, aunque era una versión bastante libre y al final solo había unas cuantas coincidencias con el libro.
 
 
De todas maneras es una gran película, amena y divertida, con los típicos elementos del famoso director y, cómo no, con un romance entre los protagonistas. Robert Donat, muy famoso en su época, hace un magnifico papel como actor principal.
 
 
 
 Tuvo un gran éxito y tal vez por ello, años más tarde decidieron hacer una nueva versión.
 
En 1959, el director Ralph Thomas vuelve a relanzar el libro, esta vez versionando el tema de una manera más cómica. Desgraciadamente no la he encontrado por lo que no puedo hablar sobre ella. De las tres que se hicieron, esta es la menos famosa por lo que es difícil de conseguir, tan solo he visto un par de trailers en los que no he podido apreciar la calidad y su similitud con el libro.




La tercera se hace en 1978 y es el director Don Sharp quien se encarga de versionar la novela, intentando serle más fiel. Como protagonista elige a Robert Powell, magnifico en su papel del típico inglés acomodado y aburrido dispuesto a salvar la patria. Aunque la primera me gusta mucho, esta me resulta más divertida y es la que suelo ver más a menudo.
 
 
 

Robert Powell ya era famoso por su papel de Jesucristo en la película Jesús de Nazaret, de 1977. Diferente ¿no?
 
 

Creo que nunca unos escalones han dado para tanto.

 

 

lunes, 13 de mayo de 2013

Para reírnos.


A veces una tiene que descansar y echarle a la mente algo que solo sirva para pasar el rato y, a ser posible, echar unas risas. Para esto hay muchos comics que leo una y otra vez – Mortadelo y Filemón son infalibles- pero también hay algunos libros que en días más o menos mustios consiguen arrancarme alguna que otra carcajada. Y como la primavera es algo traicionera y suele dejarnos un poco apáticos, para animarnos os dejo una lista de varias historias divertidas con las que disfrutar tirados en el sofá dejando de lado las cosas negativas. Si las acompañamos con una buena tableta de chocolate es probable que incluso nos sintamos en la gloria.
 
 

Marciano, vete a casa –Martians, go home- de Fredic Brown. Estamos en el año 1964 y el mundo, después de señales evidentes de escritores como H. G. Wells, debería estar preparado para una invasión alienígena. Sin embargo, no es así y la gente se ve de pronto asaltada por millones de  hombrecillos verdes que campan a sus anchas por todas partes. ¿Pero qué ocurre cuando estos seres de Marte son irritantes, molestos, caprichosos y solo quieren divertirse a costa de los terrestres? ¿Y si encima pueden “kiwmmarse”, es decir aparecerse en cualquier lado, para darte la lata cuando estás haciendo el amor, conduciendo o viendo un evento deportivo donde ellos quieren ser los protagonistas del juego? Pues que el mundo se convierte en un caos donde todo deja de funcionar, los manicomios se llenan de humanos y los marcianitos se mueren de la risa molestando al personal.
 
 

Tres ingleses en Alemania, de J.K. Jerome. Como su nombre indica es la historia de tres ingleses, un soltero y dos casados, que deciden alejarse de sus familias para pasar una temporada vacacional a solas. Escrita en 1900, su autor ya había tenido un gran éxito anteriormente con Tres ingleses en una barca y aquí repite a los protagonistas para situarlos por distintos lugares de Alemania. Tiene momentos desternillantes, así como una autocritica sarcástica acerca del típico inglés de la época. J.K. Jerome fue amigo de Rudyard Kipling, H.G. Wells y Arthur Conan Doyle, entre otros muchos escritores famosos de principios del siglo XX.

 
La caída del museo británico, de David Lodge. Irónica visión de un matrimonio católico que tiene tres hijos y seguramente está esperando el cuarto. Tan surrealista que no puedes dejar de reír.
 
 

Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx. Ya desde que comienzas a leer el actor te advierte que esta no es una historia sobre sexo, que hay mil formas de vender un libro y que comprendería que algún lector se sintiese estafado. Y sigue diciendo: Descartada pues la cuestión sexual, veamos de que otras cuestiones podemos ocuparnos. No creo que acompañando a Groucho por las anécdotas de su vida -personal y profesional- y dejándote llevar por unas opiniones que no dejan indiferente a nadie, puedas sentirte estafado. Porque al final terminas pasándotelo tan bien que te da igual que el libro no tenga que ver con el sexo en el caso de que fuera eso lo que buscabas.
 
 
 

El inimitable Jeeves, de P.G. Wodehouse. La historia trata sobre un aristócrata inglés y su criado, Jeeves. Cada capítulo es independiente, aunque deja ver los mismos personajes, que van viviendo aventuras divertidas mientras Jeeves, el más inteligente de todos, consigue hacerse imprescindible a la vez que aumenta sus arcas solucionando problemas al resto del elenco. Divertida y fácil de leer. El autor escribió, aparte de muchas otras, algunas comedias más sobre este mayordomo tan especial. Ya las estoy buscando y espero que me resulten igual de amenas que esta.
 
 

Espero que os animéis a leer alguna para que se os dibuje una buena sonrisa en la cara.

 

jueves, 9 de mayo de 2013

Fatty Arbuckle



Seguro que a muchos os suena este actor del cine mudo. Es Roscoe Conkling Arbuckle, conocido como Fatty Arbuckle desde que comenzó su carrera a principios del siglo veinte. Dicen que fue el inventor del famoso gag de arrojar tartas, algo que le hizo participar en cientos de comedias que la gente esperaba con gran expectación. Trabajó con Charles Chaplin y otros grandes genios de la época, siendo incluso el descubridor de Buster Keaton, con quien conservó una gran amistad hasta su muerte.

Últimamente se habla mucho de Fatty Arbuckle porque al parecer están preparando una película sobre su vida, algo que sin duda es interesante teniendo en cuenta que el actor se vio inmerso en uno de los primeros escándalos que hubo en Hollywood.
 
 

Cuando Fatty cobraba casi un millón de dólares al año, en pleno apogeo de su carrera y siendo adorado por todo el mundo, ocurrió algo que de repente lo convirtió en uno de los personajes más odiados de Hollywood. Para celebrar un nuevo contrato millonario, Fatty organizó una fiesta en el hotel Saint Francis, de San Francisco. Había invitado a varios amigos íntimos y a algunas jóvenes actrices, entre ellas a Virginia Rappe, una chica que comenzaba a ganarse un nombre en los estudios.
 
 
Después de mucho alcohol para todos, Virginia enfermó de tal modo que hubo que llamar al médico del hotel, quién dijo que probablemente estaba borracha y solo necesitaba un descanso. Pero Virginia murió tres días más tarde a causa de una peritonitis, por lo que hubo una investigación en la cual una de las presentes dijo haber visto como la fallecida y Fatty se habían retirado a una de las habitaciones momentos antes del suceso. A partir de ahí comenzaron las especulaciones, motivadas principalmente por los periódicos del famoso William Randolph Hearst, quien se había erigido a sí mismo como salvador de almas y protector de valores a pesar de la doble vida que llevaba y todo el mundo conocía.
 
 

Se dijo que la peritonitis de Virginia Rappe fue debida a una perforación de vejiga a causa de que Fatty le introdujo una botella de Coca Cola en la vagina, ya que en su estado de embriaguez no pudo consumar el acto por él mismo.  Después de muchas noticias en la prensa, lanzándose  más detalles escabrosos del momento,  Fatty fue llevado a juicio sin poderse demostrar nada en concreto, aunque un médico declaró que Virginia había tenido un aborto provocado días antes y que probablemente esto le había causado daños que terminaron con su muerte. El actor fue absuelto de todos los cargos, pero la Oficina Hays, encargada de controlar la censura en los estudios, retiró todas sus películas y lo vetó para futuros trabajos. Esto hizo que Fatty se convirtiese en un amargado que solo encontró consuelo en el alcohol.


Buster Keaton trató de ayudarlo, y para sortear al organismo Hays, le propuso cambiar su nombre por Will B. Good, que significa “seré bueno”, pero al final Fatty se decantó por Will B. Goodrich y así escribió algunos guiones y dirigió muchas películas. Sin embargo su vida no volvió a ser lo que era pues echaba de menos la actuación. Se divorció de su esposa y se sumergió en el alcoholismo cada vez más. Murió de un ataque al corazón a los 46 años, en 1933.
 
 

Todavía se conservan algunas de sus películas, aunque la mayoría desapareció sin saber adonde fueron a parar. Durante todos estos años, mucha gente ha tratado de rememorar su figura y como dije al principio, hay una película en perspectiva sobre su vida. Aunque no he conseguido averiguar mucho sobre el proyecto, he visto que se baraja el nombre de Eric Stronestreet, uno de los actores de la comedia televisiva Modern Family, para interpretar a Fatty.
 
 

Imagino que nunca sabremos realmente lo que ocurrió aquella noche de septiembre de 1921. Versiones hay de todos los colores.

domingo, 5 de mayo de 2013

Fray Escoba en Antequera


En uno de mis paseos por Antequera, pasando por esta calle,
 
 
 
 me detuve, como otras veces, a ver este antiguo portal.
 
 

Se trata de la parte posterior del Convento de Las Catalinas, un antiguo edificio donde siguen habitando monjas de la orden de las Dominicas. Este pequeño portal está abierto cada día y se puede pasar a ver el interior, aunque la puerta principal solo se abre los miércoles.
 
 

Me llama la atención que uno de los objetos de culto aquí sea este santo peruano llamado San Martin de Porres, más conocido familiarmente como Fray Escoba.
 
 
Hijo de un español y de una negra liberta, este fraile dominico vivió desde 1579  hasta 1639 en Lima y desde su incorporación a la vida religiosa, ejerció de barbero, enfermero, ropero, herbolario..., incluso llegando a sugerir que lo vendieran como esclavo para sufragar gastos para los pobres. La gente le profesó un gran cariño, tildándole de milagroso, hecho que la Iglesia glorificó nombrándolo santo en 1837.

El portal por dentro es un rinconcito silencioso y pulcro donde se puede ver ciertos detalles como estos:
Pequeño escaparate enrejado con objetos.
 
 

Ventanita para hacer pedidos.
 
 

El santito.
 
 
 

Detalle del suelo.
 
 
Y la puerta.
 


Uno de los muchos trocitos encantadores de la vieja Antequera.

PD: Gracias a mis amigos Coqui y Alfonso, antequeranos de pro,  por su información para poder hacer esta entrada.