Cuesta trabajo verme viendo una película posterior a los
años setenta. No es que no me gusten; hay directores actuales con los que
disfruto bastante, como Spielberg, Woody Allen, Tim Burton, Clint Eastwood, Tarantino, James
Cameron, Martin Scorsese y seguro que me dejo a muchos más. Por no hablar de
otros tantos actores de esta época que me encantan y a los que no voy a nombrar porque me
alargaría mucho, . Sin embargo ninguno de ellos consigue
emocionarme como lo hace el cine del pasado. Adoro a genios como Billy Wilder, John Houston, Ernst Lubitsch, George
Cukor, Frank Capra, Elia Kazan… Me
hacen reír, llorar, saltar de la silla, comerme el coco y todo eso sin efectos
especiales y la mayoría de las veces en un blanco y negro que me subyuga.
Hoy voy a hablar de una película de 1961 dirigida por Billy
Wilder y que tiene como protagonista a uno de mis iconos de la pantalla, James
Cagney. Se llama “¡Un, dos, tres…!” Cada vez que la veo me resulta increíble que
solo obtuviera una nominación a los Oscars en el apartado de Mejor Fotografía
(blanco y negro), pero en fin, ya se sabe que en esto de los premios no siempre
se acierta.
La trama es simple: en plena Guerra Fría, C. R. MacNamara
(Cagney), un representante de la Coca-Cola en Berlín, tiene el sueño de
introducir el refresco en la URSS comunista para poder ascender en su trabajo y
así terminar destinado en Gran Bretaña, destino que le resulta muy apetitoso
para criar a sus dos hijos y tener contenta a su esposa. De repente todo se
complica cuando el jefe de Atlanta le envía a su adolescente y mojigata hija (
Pamela Tiffin) para que la cuide durante una temporada. La chica resulta ser un
poco enamoradiza, de hecho ya ha estado comprometida en varias ocasiones y al
llegar a Berlín le hace la vida imposible al pobre McNamara enamorándose de un joven del
Berlín oriental, un idealista llamado Otto Piffl ( un jovencísimo Horst
Buchholz) con el que se casa en secreto. Esto es solo el comienzo. El resto de
la cinta, en un ritmo frenético que solo Wilder sabe conseguir, trata de los
intentos de McNamara para sortear todos los inconvenientes que semejante amor
puede acarrear, es decir: tiene que casar a la chica enseguida con el
comunista, hacer que este deje sus ideales atrayéndolo al mundo occidental y
buscarle un apellido que contente a su futuro suegro. La empresa no resulta
fácil pues Otto es un comunista convencido que odia el capitalismo, la chica no
para de crear problemas y para colmo la mujer de MacNamara (Arlene Francis) ha
descubierto que su marido tiene una secretaria con la que comparte algo más que
trabajo.
Entre funcionarios comunistas del Berlín Oriental y antiguos
nazis encubiertos, Cagney se mueve como pez en el agua en esta desternillante
comedia. Al actor, cuya verdadera vocación era la de actuar en musicales y que
se había visto encasillado en papeles de mafioso, se le nota disfrutar disfrazándose
de un personaje que no se relaja hasta el final. Los gags se suceden uno tras
otro, no hay descanso. De hecho lo único malo que tiene la película es que si
te dejas llevar por las carcajadas vas a perderte los chistes que vienen a
continuación. Como siempre Wilder no deja
ningún cabo suelto en el guión, ni siquiera al final cuando deja su guiño particular
a la casa comercial que durante 108 minutos ha estado con nosotros.
Esta es una de esas películas que por mucho que la hayas
visto siempre vas a estar dispuesto a verla de nuevo. Yo suelo ponérmela a
menudo y os aseguro que siempre me lo paso igual de bien que la primera vez. Es
la peli perfecta para momentos de bajón. Seguro que te olvidas de todo lo malo con
frases como:
-
MacNamara: ¿La Kremlin Coca? Ni los albaneses
la quisieron, la usaron para lavar cabras.
-
Otto: No llevo más de tres horas siendo
capitalista y ya le debo a usted 10.000 dólares.
-
MacNamara: Cuando el niño sea mayor podrá
decidir si ser capitalista o comunista rico.
O conversaciones como esta:
-
El comisario soviético: Estos puros nos lo
mandan los cubanos.
-
MacNamara: Pues éste es de mala calidad.
-
Comisario soviético: También los cohetes que les
mandamos nosotros son de la peor calidad.
O esta otra:
-
Comisario soviético 1: No podemos huir.
-
Comisario soviético 2: Es verdad, fusilarían a
mi familia entera…, a mi mujer, a mí cuñado, a mí cuñada… ¡Huyamos!
En fin, creo que James Cagney se despidió del cine, después
de varias décadas, con la mejor cinta
que pudo elegir. Y afortunadamente para nosotros la dirigió Billy Wilder.
Grandiosa, la tenía olvidada, a buscarla para la semana. ¿Qué otra cosa se puede esperar de Cagney y Wilder? Solo genialidad.
ResponderEliminarjajaja, se la pongo a Lorenzo cuando está de mal humor y funciona. Un beso corazón.
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