sábado, 12 de mayo de 2012

¡Un, dos, tres...!


Cuesta trabajo verme viendo una película posterior a los años setenta. No es que no me gusten; hay directores actuales con los que disfruto bastante, como Spielberg, Woody Allen,  Tim Burton, Clint Eastwood, Tarantino, James Cameron, Martin Scorsese y seguro que me dejo a muchos más. Por no hablar de otros tantos actores de esta época que me encantan y a los que no voy a nombrar porque me alargaría mucho, . Sin embargo ninguno de ellos consigue emocionarme como lo hace el cine del pasado. Adoro a genios como Billy Wilder, John Houston, Ernst Lubitsch, George Cukor, Frank Capra, Elia Kazan…  Me hacen reír, llorar, saltar de la silla, comerme el coco y todo eso sin efectos especiales y la mayoría de las veces en un blanco y negro que me subyuga.

Hoy voy a hablar de una película de 1961 dirigida por Billy Wilder y que tiene como protagonista a uno de mis iconos de la pantalla, James Cagney. Se llama “¡Un, dos, tres…!” Cada vez que la veo me resulta increíble que solo obtuviera una nominación a los Oscars en el apartado de Mejor Fotografía (blanco y negro), pero en fin, ya se sabe que en esto de los premios no siempre se acierta.

La trama es simple: en plena Guerra Fría, C. R. MacNamara (Cagney), un representante de la Coca-Cola en Berlín, tiene el sueño de introducir el refresco en la URSS comunista para poder ascender en su trabajo y así terminar destinado en Gran Bretaña, destino que le resulta muy apetitoso para criar a sus dos hijos y tener contenta a su esposa. De repente todo se complica cuando el jefe de Atlanta le envía a su adolescente y mojigata hija ( Pamela Tiffin) para que la cuide durante una temporada. La chica resulta ser un poco enamoradiza, de hecho ya ha estado comprometida en varias ocasiones y al llegar a Berlín le hace la vida imposible al pobre McNamara enamorándose de un joven del Berlín oriental, un idealista llamado Otto Piffl ( un jovencísimo Horst Buchholz) con el que se casa en secreto. Esto es solo el comienzo. El resto de la cinta, en un ritmo frenético que solo Wilder sabe conseguir, trata de los intentos de McNamara para sortear todos los inconvenientes que semejante amor puede acarrear, es decir: tiene que casar a la chica enseguida con el comunista, hacer que este deje sus ideales atrayéndolo al mundo occidental y buscarle un apellido que contente a su futuro suegro. La empresa no resulta fácil pues Otto es un comunista convencido que odia el capitalismo, la chica no para de crear problemas y para colmo la mujer de MacNamara (Arlene Francis) ha descubierto que su marido tiene una secretaria con la que comparte algo más que trabajo.

Entre funcionarios comunistas del Berlín Oriental y antiguos nazis encubiertos, Cagney se mueve como pez en el agua en esta desternillante comedia. Al actor, cuya verdadera vocación era la de actuar en musicales y que se había visto encasillado en papeles de mafioso, se le nota disfrutar disfrazándose de un personaje que no se relaja hasta el final. Los gags se suceden uno tras otro, no hay descanso. De hecho lo único malo que tiene la película es que si te dejas llevar por las carcajadas vas a perderte los chistes que vienen a continuación.  Como siempre Wilder no deja ningún cabo suelto en el guión, ni siquiera al final cuando deja su guiño particular a la casa comercial que durante 108 minutos ha estado con nosotros.

Esta es una de esas películas que por mucho que la hayas visto siempre vas a estar dispuesto a verla de nuevo. Yo suelo ponérmela a menudo y os aseguro que siempre me lo paso igual de bien que la primera vez. Es la peli perfecta para momentos de bajón. Seguro que te olvidas de todo lo malo con frases como:

-            MacNamara: ¿La Kremlin Coca? Ni los albaneses la quisieron, la usaron para lavar cabras.

-          Otto: No llevo más de tres horas siendo capitalista y ya le debo a usted 10.000 dólares.

-          MacNamara: Cuando el niño sea mayor podrá decidir si ser capitalista o comunista rico.

O conversaciones como esta:

-          El comisario soviético: Estos puros nos lo mandan los cubanos.

-          MacNamara: Pues éste es de mala calidad.

-          Comisario soviético: También los cohetes que les mandamos nosotros son de la peor calidad.

O esta otra:

-          Comisario soviético 1: No podemos huir.

-          Comisario soviético 2: Es verdad, fusilarían a mi familia entera…, a mi mujer, a mí cuñado, a mí cuñada… ¡Huyamos!

En fin, creo que James Cagney se despidió del cine, después de varias décadas, con la mejor cinta que pudo elegir. Y afortunadamente para nosotros la dirigió Billy Wilder.



2 comentarios:

  1. Grandiosa, la tenía olvidada, a buscarla para la semana. ¿Qué otra cosa se puede esperar de Cagney y Wilder? Solo genialidad.

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  2. jajaja, se la pongo a Lorenzo cuando está de mal humor y funciona. Un beso corazón.

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