Cuando la conocí yo tenía cinco años. Era mi primer día de colegio y
la alegría que había sentido aquella mañana al despertar, con la cartilla, la
libreta a rayas y varios lápices nuevos metidos en la cartera, se esfumó nada
más entrar en aquella aula llena de niñas desconocidas. Al irse mi madre y
dejarme allí sentí que eso de ir al colegio no iba a ser tan hermoso como había
estado imaginando. Para colmo, mi madre me había elegido un pupitre junto a la
ventana y ahora una niña horrible con voz mandona me estaba empujando para
ocuparlo ella. Intimidada, me alejé hasta otro asiento, sin querer mirar a
nadie. La profesora llegó a poner orden poco después. Era una mujer alta y
elegante de aspecto simpático que tenía una dulce voz. Comenzó a hablar desde
la pizarra, mirándonos a todas, sonriendo mientras prometía adentrarnos en un
mundo de lecturas maravillosas. Yo no la escuchaba demasiado, pensando aún en
el agravio que acababa de sufrir. De repente comencé a entristecerme. Recordé
aquellas tardes en que yo sola intentaba aprender a leer en casa y pensé
que era todo lo que yo quería, que aquel colegio no iba a gustarme, que las
niñas no iban a ser mis amigas y que aquel edificio de nombre tan bonito
(Colegio Virgen del Mar) no iba a ser más que una cárcel para mí. Las lágrimas
comenzaron a deslizarse por mis mejillas y la profesora vino a consolarme. No
recuerdo que me dijo, pero si sé que cuando la tuve cerca la angustia que se
había alojado en mi corazón se fue diluyendo hasta quedar en nada.
María Vasallo estuvo conmigo muchos años a partir de ese día. Tuve
otros profesores, pero ella siempre estuvo ahí aunque no me diese clases. Fue
ella quien descubrió mi afición a la lectura años más tarde y me animó a
escribir. Yo tendría unos doce años cuando comenzó a aconsejarme que leyera
esto o aquello. A veces no me creía cuando le comentaba que había leído a Ana
Mª Matute o a Camilo José Cela. Tenía
que explicarle los detalles del libro en cuestión para estar segura y cuando al
fin se daba cuenta de que además yo había disfrutado como una loca con esos clásicos
que me recomendaba, mostraba una sonrisa orgullosa y enseguida me buscaba
otros. El colegio no tenía una biblioteca demasiado extensa, pero ella se las
apañaba para conseguirme aquellos libros que pensaba que yo debía leer,
sospecho que algunos de su propiedad.
Recuerdo que se sintió algo decepcionada cuando le confesé que la poesía
no era lo que más me gustaba, todo lo más Becquer y Antonio Machado, pero poco
más. Me reprochaba que no disfrutara con García Lorca pero se reía cuando yo le
confesaba que lo encontraba demasiado triste. Entonces me explicaba sus versos,
uno a uno, hablándome además de la vida del poeta, de cómo había muerto y lo
que significaba que su obra no quedara relegada en el olvido.
Poco más tarde fui enseñándole algunas cosas que yo escribía. Como lo
que más me gustaba en el mundo era la novela, le hacía esbozos de lo que iba a
ser mi gran obra maestra. Ella, con toda la paciencia del mundo, me decía que
un escritor debe conocer cuánto escribe y que por eso yo debía estudiar y
seguir leyendo si realmente quería llegar a crear algo algún día. Clásicos y
clásicos, me aconsejaba sin cesar, enumerando todos los grandes escritores
españoles y extranjeros que siempre tenía en mente.
Si de algo me dio pena cuando al fin terminé la EGB fue tener que
despedirme de aquella mujer. Recuerdo que los alumnos de la clase estuvimos recogiendo firmas de todo el
profesorado y que ella escribió en mi papel: “Para Merche, esperando que se
convierta en una gran escritora.” He perdido en algunas de mis muchas mudanzas aquella
hoja llena de buenos deseos y lo siento mucho pues es una de esas cosas que me
hubiera gustado conservar toda la vida.
Hace algunos años encontré a María Vasallo cerca del Parque María
Cristina de Algeciras. Tenía la misma elegancia de antaño. Me acerqué a ella
dispuesta a hacerle recordar quién era yo pero no hizo falta. Se acordaba de mí,
de mi nombre, e incluso llegó a preguntarme si seguía escribiendo. Fue uno de
los mejores momentos de mi vida, ver que esa mujer que tanto influyó en mí me
tomaba la mano con cariño mientras recordábamos unos tiempos que yo había
vivido intensamente. Nunca podré agradecerle bastante todo lo que me enseñó con
su dedicación y paciencia.
He estado buscando una foto suya para ponerla aquí pero no la encuentro.
Espero que siga paseando por Algeciras, sentándose en la terraza de la Cafetería
Okay mientras va saludando a sus antiguos alumnos, esos adultos ya de varias
generaciones a los que ella trató con tanto amor.