miércoles, 1 de agosto de 2012

María Vasallo


Cuando la conocí yo tenía cinco años. Era mi primer día de colegio y la alegría que había sentido aquella mañana al despertar, con la cartilla, la libreta a rayas y varios lápices nuevos metidos en la cartera, se esfumó nada más entrar en aquella aula llena de niñas desconocidas. Al irse mi madre y dejarme allí sentí que eso de ir al colegio no iba a ser tan hermoso como había estado imaginando. Para colmo, mi madre me había elegido un pupitre junto a la ventana y ahora una niña horrible con voz mandona me estaba empujando para ocuparlo ella. Intimidada, me alejé hasta otro asiento, sin querer mirar a nadie. La profesora llegó a poner orden poco después. Era una mujer alta y elegante de aspecto simpático que tenía una dulce voz. Comenzó a hablar desde la pizarra, mirándonos a todas, sonriendo mientras prometía adentrarnos en un mundo de lecturas maravillosas. Yo no la escuchaba demasiado, pensando aún en el agravio que acababa de sufrir. De repente comencé a entristecerme. Recordé aquellas tardes en que yo sola intentaba aprender a leer en casa y pensé que era todo lo que yo quería, que aquel colegio no iba a gustarme, que las niñas no iban a ser mis amigas y que aquel edificio de nombre tan bonito (Colegio Virgen del Mar) no iba a ser más que una cárcel para mí. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas y la profesora vino a consolarme. No recuerdo que me dijo, pero si sé que cuando la tuve cerca la angustia que se había alojado en mi corazón se fue diluyendo hasta quedar en nada.

María Vasallo estuvo conmigo muchos años a partir de ese día. Tuve otros profesores, pero ella siempre estuvo ahí aunque no me diese clases. Fue ella quien descubrió mi afición a la lectura años más tarde y me animó a escribir. Yo tendría unos doce años cuando comenzó a aconsejarme que leyera esto o aquello. A veces no me creía cuando le comentaba que había leído a Ana Mª Matute o a  Camilo José Cela. Tenía que explicarle los detalles del libro en cuestión para estar segura y cuando al fin se daba cuenta de que además yo había disfrutado como una loca con esos clásicos que me recomendaba, mostraba una sonrisa orgullosa y enseguida me buscaba otros. El colegio no tenía una biblioteca demasiado extensa, pero ella se las apañaba para conseguirme aquellos libros que pensaba que yo debía leer, sospecho que algunos de su propiedad.

Recuerdo que se sintió algo decepcionada cuando le confesé que la poesía no era lo que más me gustaba, todo lo más Becquer y Antonio Machado, pero poco más. Me reprochaba que no disfrutara con García Lorca pero se reía cuando yo le confesaba que lo encontraba demasiado triste. Entonces me explicaba sus versos, uno a uno, hablándome además de la vida del poeta, de cómo había muerto y lo que significaba que su obra no quedara relegada en el olvido.

Poco más tarde fui enseñándole algunas cosas que yo escribía. Como lo que más me gustaba en el mundo era la novela, le hacía esbozos de lo que iba a ser mi gran obra maestra. Ella, con toda la paciencia del mundo, me decía que un escritor debe conocer cuánto escribe y que por eso yo debía estudiar y seguir leyendo si realmente quería llegar a crear algo algún día. Clásicos y clásicos, me aconsejaba sin cesar, enumerando todos los grandes escritores españoles y extranjeros que siempre tenía en mente.

Si de algo me dio pena cuando al fin terminé la EGB fue tener que despedirme de aquella mujer. Recuerdo que los alumnos de la  clase estuvimos recogiendo firmas de todo el profesorado y que ella escribió en mi papel: “Para Merche, esperando que se convierta en una gran escritora.” He perdido en algunas de mis muchas mudanzas aquella hoja llena de buenos deseos y lo siento mucho pues es una de esas cosas que me hubiera gustado conservar toda la vida.

Hace algunos años encontré a María Vasallo cerca del Parque María Cristina de Algeciras. Tenía la misma elegancia de antaño. Me acerqué a ella dispuesta a hacerle recordar quién era yo pero no hizo falta. Se acordaba de mí, de mi nombre, e incluso llegó a preguntarme si seguía escribiendo. Fue uno de los mejores momentos de mi vida, ver que esa mujer que tanto influyó en mí me tomaba la mano con cariño mientras recordábamos unos tiempos que yo había vivido intensamente. Nunca podré agradecerle bastante todo lo que me enseñó con su dedicación y paciencia.

He estado buscando una foto suya para ponerla aquí pero no la encuentro. Espero que siga paseando por Algeciras, sentándose en la terraza de la Cafetería Okay mientras va saludando a sus antiguos alumnos, esos adultos ya de varias generaciones a los que ella trató con tanto amor.







6 comentarios:

  1. Que rapida eres Merchi!!! si yo hago lo que puedo, en cuanto a manualidades y otras cosas en la vida, jajjaja, bueno nunca se hace todo lo que se puede.
    Yo te he conocido por un comentario en el blog de Candela, me hago seguidora tuya también.

    Un beso

    PD. te veo el pelo muy lisito ;)

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  2. jajaja, María José, la batalla con mi pelo este verano está siendo más dura que la de Bailén. Pero bueno, creo que gracias a todos los potingues que me estoy echando la cosa va bien. Me encanta el blog de Candela. Nos seguimos viendo, guapa.

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  3. qué bonita historia. a los buenos profesores, los que nos han marcado, siempre se les recuerda. la dedicatoria que te escribió es un buen augurio, y creo que bien encaminado porque tú escribes muy bien. y qué bonito que se siguiera acordando de ti. yo a veces me he encontrado con profesores de mi colegio que no se acordaban de mí, y no se lo reprocho porque han tenido tantos alumnos...

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  4. Gracias, Chema, por tus halagos. Es verdad lo que dices de los profesores, no todos se acuerdan y es lógico, el tiempo borra muchos rostros. Pero esta profesora siempre fue especial aunque ya debe tener sus añitos. Un abrazo.

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  5. Jo Merchi,

    Me he emocionado muchísimo leyendo esta entrada. La verdad es que en nuestra vida hay personas especiales que nos ayudan a sacar lo mejor de nosotros mismos, son casi ángeles capaces de ver lo que otros no ven, el talento de una niña que para otros pasa desapercibido. Son personas que dejan su huella en nosotros. Es una suerte toparse en su camino. A lo mejor algún día ella lee esta entrada. Seguro que se emociona al ver el cariño y el respeto con el que está escrita.

    Un besito,

    Sacer

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  6. Me encantaría que pudiese leer esto, igual que me encanta encontrarmela por la calle (de higos a brevas) y notar su sonrisa al reconocerme.

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