Cuando era pequeña, después de un largo verano de
playa y diversión, me daba mucha pena que los días se fueran acortando
irremediablemente. Aquellos atardeceres que comenzaban a venir frescos me recordaban la vuelta al colegio, la
inminente despedida de los amigos que volvían a sus ciudades y el cierre de los
cines de verano. Cuanta nostalgia anticipada en los últimos días de playa
mientras trataba de retener todo en la memoria para poder recordarlo durante
los próximos nueve meses. Y así, aspiraba el perfume de la marea mezclado con
el de la crema Nivea (mezcolanza que hoy todavía me trae mil sensaciones de
antaño) o el de las flores estivales en los jardines, saboreaba con deleite los
polos de hielo del quiosco de la esquina y miraba con detenimiento mi piel
morena que pronto volvería a ser blanca. Una especie de abatimiento se iba
reflejando en mi persona, vencida una vez más por un otoño que sin duda llegaba
a marchas forzadas para arrebatarme los mejores momentos que pueda tener un
niño. Porque no era solo yo, todos mis amigos estábamos igual. A medida que el
sol iba desapareciendo cada día más temprano, íbamos dejando escapar profundos
suspiros que entristecían el ambiente. Era la estación más fea del año, la que
sin duda nos atrapaba en la cárcel de los deberes escolares y horarios que
cumplir.
Con los años mi parecer ha ido cambiando. Todo ese
festival de colores dorados que llenan las calles ha llegado a convertirse en
algo muy esperado por mí. Me gusta el cambio que de repente se forma en el
ambiente, ese paisaje de hojas caídas y olor a tierra mojada que todo
transforma, como si la naturaleza estuviera renaciendo de unos largos meses de
sopor. Mientras daba mi caminata diaria esta tarde, he disfrutado con el aire
fresco que me acompañaba. Y me ha gustado la sensación del final del verano, un
verano de mucho calor y cargado de incendios que han arrasado casi toda España.
Ojala tuviésemos un otoño lluvioso que refrescara la tierra y que la hiciera
respirar otra vez. Como cuando era niña, mi mente ha comenzado a anticipar
acontecimientos, pero ahora no siento angustia ni tristeza, sino esperanza de vida.
merchi, qué bonita entrada, está muy bien escrita. a los niños se les hace duro volver al colegio, pero pronto se adaptan y lo pasan muy bien allí. una cosa que me gusta es pasar por la puerta de un colegio y ver a los niños jugando y hablando. con lo cual, con el otoño volveremos a eso. y en mi caso a las clases particulares que doy, que es algo que me encanta.
ResponderEliminarYo también vuelvo a clase, Chema, algo que me apetece después de estos meses. En verdad estoy deseando comenzar la rutina de las clases, el salir a la calle con chaqueta, etc... Lo malo es que después me quejaré del frío, jajaja, pero esa ya es otra historia. Un beso.
ResponderEliminarMerchi, totalmente de acuerdo contigo. Yo también estoy deseando que llegue el otoño, la lluvia y el fresquito. No sabes las ganas que tengo de ponerme las botas y los leotardos y sentir el viento en la cara cuando voy por la calle. Y esos colores tan bonitos que tienen los árboles y las hojas.
ResponderEliminarPreciosa entrada. Ojalá tus palabras nos traigan esa lluvia tan esperada y deseada en todas partes.
Yo creo que nos pasa a todos según nos hacemos mayores, para los niños el fin del verano supone además la vuelta al colegio, y para los mayores la vuelta al trabajo no es para tanto (además no es lo mismo haber tenido un mes de vacaciones que tres largos). Y bueno, los que volvemos a la universidad somos algo intermedio, pero creo que lo que más nos gusta es volver a ver a los amigos entremos o no a clase, que eso también se echa de menos. :D
ResponderEliminarPues ya somos unas cuantas las que deseamos que se vaya el verano,me ha encantado el post, precioso!
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