sábado, 27 de abril de 2013

Medianoche en Paris




Woody Allen siempre ha estado considerado como el director americano mejor relacionado con Europa, de hecho sus películas son más elogiadas y entendidas aquí que en Hollywood, donde a veces se le han negado premios que ha recogido en Francia, Alemania, Reino Unido, etc... Dicen que se ha sentido más cómodo ideando sus películas para el público europeo, más abierto y comprensivo con ciertos temas, que en su casa, donde un gran sector de gente lo considera más o menos un bicho raro. Todo esto no es nada nuevo, pero lo curioso es que cuando decidió venirse a trabajar a Europa, pasando por diversas ciudades, la crítica de aquí comenzó a comentar que su cine estaba decayendo, algo que ratificó la mala acogida que tuvieron películas como El sueño de Casandra o Vicky Cristina Barcelona, esta última todo un éxito en USA. ¿Se invirtieron los gustos?
 
 

Con Midnight in Paris, Woody Allen parece reconciliarse con todos los públicos y críticos del mundillo del cine en general. Y no es para menos. Se trata de una de esas comedias tan suyas, deliciosamente escrita, de ritmo ágil y personajes peculiares. ¡¡Woody Allen ha vuelto!!, aclamaban algunos cineastas, aprobando a un Owen Wilson como alter ego del director y que realiza una actuación digna de elogios.
 
 
 

Inez y Gil, una pareja americana que acaba de prometerse, viaja a Paris para pasar unos días de vacaciones. Pronto se dan cuenta de que su visión de la ciudad es bien diferente. Mientras ella solo piensa en divertirse y buscar objetos decorativos para su futura casa de Malibú, Gil quiere aprovechar cada momento para pasear –a ser posible bajo la lluvia- para empaparse de la cultura que desprende cada rincón. Está escribiendo una novela en la que tiene depositada sus esperanzas, porque a pesar del dinero que gana como guionista de Hollywood, siente que necesita hacer algo más con sus aptitudes literarias.
 
 
Una noche que sale solo sin rumbo fijo, es recogido por un coche que parece sacado de un museo. Para su sorpresa, dentro se encuentra al mismísimo F. Scott Fizgerald y su esposa Zelda, quienes lo invitan a asistir a una fiesta. A partir de ese día, el americano se ve inmerso, cada medianoche, en el mundo de los años veinte para conocer a Hemingway, Gertrude Stein, Josephine Baker, Dalí, Luis Buñuel, Picasso, Belmonte y toda una serie de personajes con los que entablará una amistad especial.
 
 
 
 
 

Como es normal en las películas de Woody Allen, hay un desfile extraordinario de actores conocidos, entre los que destacan  Kathy Bates y Adrien Brody, que bordan sus papeles como Gertrude Stein y Salvador Dalí. Curiosa la aparición de Carla Bruni como guía turística. La fotografía es excelente, con unas imágenes de Paris realmente maravillosas. La música, como siempre con el director, perfectamente adecuada a la época.
 
 

En 2012 obtuvo un Oscar al Mejor Guión Original, aunque en 2011 ya había conseguido un Globo de Oro al mejor guión y había sido candidata a otras categorías en ambos premios.

He disfrutado mucho con ella, sobre todo ahora que en el Taller Literario estamos estudiando La Generación Perdida. Ojala fuera tan fácil viajar al pasado. Yo me apuntaba YA para conocerlos a todos.

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lunes, 22 de abril de 2013

Cien páginas o menos de buenas historias


Tal como comenté en la entrada anterior, parece que hubo una época en que los escritores no necesitaban rellenar muchas páginas para contar magníficamente una historia. He estado leyendo algunos, a veces por sugerencias del Taller Literario y otras por gusto de encontrarme nuevamente con grandes olvidados o descubriendo otros que siempre quise leer. Aquí os dejo unos cuantos libros que tienen alrededor de cien páginas como mucho.

El sendero en el bosque, de Adalbert Stifter, es uno de esos de los que alguien me habló hace muchos años y cuyo título tenía aparcado en un rinconcito de mi mente para cuando me topara con él. En poco más de sesenta páginas, nos cuenta la historia de Tiburius Kneight. “Hay que advertir que el señor Tiburius, de joven, era un gran mentecato.”, nos presenta el autor al solitario e hipocondriaco protagonista, quién cansado de su vida tediosa y llena de lujos, visita a un doctor algo excéntrico que le aconseja perderse durante una temporada en un balneario cercano a un bosque. Allí, Tiburius comienza a dar largos paseos, descubriendo un sendero que no solo le conducirá a un mundo nuevo, sino donde también conocerá a algunas personas que le enseñarán el valor de la vida. Su autor, un austriaco nacido en 1805 que estudió en Viena y fue funcionario del Imperio Austro-Húngaro, la publicó en 1845. Como dice la reseña del libro, “esta obra es un sorbo de agua fresca en un día de calor, lleno de inocencia y sobriedad, pero también de una profunda sabiduría.”
 
 
 

Creo que ya mencioné a Las hermanas Bunner, de Edith Wharton, una escritora americana que escribió esta novela en 1892 pero que no fue publicada hasta 1916. Fue autora de La edad de la inocencia, otra magnífica obra que inmortalizó una película de mucho éxito en los años noventa. El libro nos adentra en la vida de dos hermanas, Ann Eliza y Evelina, que son dueñas de una modesta mercería en un barrio humilde de Nueva York. Todo comienza cuando Anna Eliza regala un reloj a su hermana y esto, que parece un detalle sin importancia, desencadenará un cambio brusco en la sencilla existencia que ambas llevan. Me ha encantado la descripción del Nueva York de entonces, así como de los personajes, inmersos en una atmosfera muy bien lograda que nos adentra en ese pequeño universo de las Bunner.
 
 
 

Elisabeth Gaskell fue una escritora inglesa amiga de Charles Dickens, con quién discutía de literatura a menudo junto a otros escritores de la época y colaboraba en la revista que el ilustre escritor dirigía, Household Words, con capítulos semanales de sus relatos. Además de muchas novelas, donde abunda la crítica de la vida que las mujeres llevaban en su época –siglo XIX- también ganó un gran prestigio escribiendo la biografía de Charlotte Brontë. Estuvo escribiendo La prima Phillis para la revista Cornhill Magazine de noviembre de 1863 a febrero de 1864, teniendo una gran acogida entre miles de lectores. En ella, nos cuenta la historia de una jovencita quién junto a su incondicional primo, vivirá el primer amor y otros sentimientos que la irán haciendo madurar, a la vez que nos sumerge en la Inglaterra victoriana, que se describe muy bien entre sus páginas. Imprescindible para quién quiera comprobar si Elisabeth Gaskell es, como dicen muchos, la heredera de Jane Austen. En mi modesta opinión, Jane Austen es única e irrepetible.
 
 
 

El baile de Irene Némirovsky, es de esas joyas literarias que una agradece encontrar de repente. Esta escritora ucraniana afincada en Francia y que moriría en Auschwitz en 1942, publicó esta deliciosa comedia en 1930 en Paris, ciudad que había hecho suya desde que su familia llegara huyendo de la revolución rusa en 1919. Con menos de 50 páginas, no se publicó en España hasta 1986. En ella nos habla de Los Kampf, unos nuevos ricos que solo viven para lograr introducirse en la alta sociedad de  Paris. Para ello organizan un baile con 200 invitados, pero Antoinette, la hija adolescente, quién está cansada del desprecio de su madre y la indiferencia del padre, termina por vengarse haciendo que los planes no salgan como sus progenitores esperan. Descubrir a Irene Némirovsky está siendo todo un placer para mí.
 
 
 

Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de literatura en 1978 dijo: “A los niños les atraen las historias interesantes; bostezan con los libros aburridos; creen en cosas tan increíbles como Dios, la familia, los ángeles, los demonios, las brujas, los duendes, la lógica, la claridad, la puntuación y otras antiguallas; no leen para librase de la culpa, ni para sacudirse su alineación, ni para descubrir su identidad; solo leen por placer, sin ningún respeto por el principio de autoridad.” Este escritor, nacido en 1904 en Polonia y emigrado a USA en 1935, alternaba sus libros para adultos con algunos cuentos infantiles. Cuando Schlemel fue a Varsovia y otros cuentos es una recopilación de aquellos relatos que su madre le contaba y que ella misma había sacado de su propia madre. En ellos se habla de un pueblo judío, Chelm, donde los habitantes viven algunas aventuras de manera muy peculiar mientras nos llenan de ternura y nos arrancan alguna sonrisa.
 
 
 

Llenos de vida, de John Fante es otro libro que merece la pena leerse. Me declaro enamorada de la literatura de John Fante. Pocas veces un escritor sabe decir, con tan pocas palabras, lo que este hombre nos cuenta en cada una de sus obras. Concretamente, esta que comento, la publicó en 1952 y nos cuenta la historia de un escritor llamado John Fante –sí, es su nombre, no es una errata-, casado con una mujer que acaba de quedar embarazada. Mientras él se dedica a escribir guiones para Hollywood, ella está intentando descubrir a Dios, leyendo libros religiosos a todas horas y poniendo un poco de los nervios al marido, que es ateo. De repente, el suelo de la cocina se hunde a causa de las termitas y el escritor decide ir a buscar a su padre, quién antes de jubilarse había sido contratista de obras. A partir de aquí es cuando la novela nos sumerge en todo un universo de temas: familia, religión, italoamericanos, ciencia, costumbrismos… Pero sobre todo nos llena de ternura y vida.
 
 
 

La perla, de John Steinbeck. He tenido que leerla para las clases del Taller Literario y confieso que la empecé con pocas ganas. No me tentaba mucho el tema. Sin embargo, a medida que la leía, ha conseguido ganarme. Este premio Nobel de Literatura -1962- es autor además de Las uvas de la ira y Al este del edén, obras que Hollywood llevó al cine con gran éxito. La perla nos cuenta como Kino y Juana sufren lo indecible para evitar que su pequeño bebé, Coyotito, muera por la picadura de un escorpión. Lo han llevado al médico pero este les exige un dinero que no tienen, así que Kino hace lo único que sabe hacer: buscar una perla que les sirva para pagar al doctor. La perla que encuentra es “La perla del mundo”, una pieza valorada en miles de dólares y codiciada por todos los pescadores de la zona. Esto puede significar que se han acabado los problemas de la pareja, pero de hecho, estos comienzan a sucederse de manera vertiginosa hasta que su mundo se tambalea. Steinbeck es un genio en hacernos ver quiénes son los personajes a través de sus acciones y criticando una sociedad corrompida y materialista donde el humilde no halla su lugar. Una obra maestra que hay que leer.
 
 
 
Próximamente más.

sábado, 20 de abril de 2013

¿Quién se ha llevado la primavera?

Aquí pasamos del frío intenso al calor más pesado. De llevar abrigo, bufanda y botas a buscar desesperadamente las camisetas sin mangas. De taparte con edredones nórdicos y sábanas de franela a despertarte de madrugada para quedarte en pelotas. De la mesa-camilla al aire acondicionado.
¡Somos extremistas hasta para esto!

lunes, 15 de abril de 2013

Una joya en libro y película


Ya he hablado en algunas ocasiones de cómo escritores y editoriales actuales no conciben un libro de menos de trescientas páginas. Ahora que estoy disfrutando de mucha literatura de otras épocas, reencontrando a escritores olvidados y conociendo a otros que no había leído nunca, ratifico mi opinión de que las historias bien contadas no necesitan formar un mamotreto interminable que, para mi gusto, en algunas ocasiones cansa al lector. Próximamente crearé una entrada con el título de varios de los libros que últimamente me han causado un gran impacto, algunos incluso no llegan a ¡60 páginas!, cosa que parece increíble.

Entre mi búsqueda de libros interesantes encontré este maravilloso 84, Charing Cross Road, un libro de 151 páginas que se lee de un tirón.
 
 

La historia nos muestra la correspondencia real que Helene Hanff y los empleados de una librería mantienen durante más de veinte años. El comienzo es simple: En Octubre de 1949, Helene, una escritora apasionada de los libros antiguos, conoce por medio de un anuncio en la prensa la existencia de un pequeño comercio situado en 84, Charing Cross Road de Londres y decide ponerse en contacto con ellos para que le encuentren algunos de sus deseados tesoros. A través de las cartas, vamos conociendo a la escritora – culta, divertida y generosa, pero también maniática e impaciente – así como a los empleados de la librería, en particular a Frank Doel, el eficaz librero que trata de satisfacer a su clienta de manera profesional hasta que los años, los detalles y la intimidad que todos comparten en lo que escriben, hacen que la amistad relaje sus modos.
 
 

La confianza que se toma la americana desde el principio, con unos ingleses poco dados a las familiaridades y siempre tratando de guardar las distancias con sus clientes, suele arrancarnos alguna que otra sonrisa. Tal es la amistad que terminan cultivando entre todos, que aparte de contarse cosas personales, también hacen intercambio de regalos. En particular, Helene tiene el detalle de enviarles comida porque en Europa son los años de la postguerra y es difícil conseguir algunos alimentos básicos. Y aunque le encanta tener estos detalles con sus amigos, en el fondo lo único que  desea con toda su alma es poder reunirse con ellos en persona y disfrutar del Londres literato que tanto ama.
 
 

En 1987, el director David Hugh Jones la llevó al cine con actores de la talla de Anne Bancroft - la inolvidable Mrs. Robinson de El Graduado – y el genial Anthony Hopkins en los papeles principales. La película mantiene el estilo de correspondencia entre ambos países como en el libro, mostrándonos la vida de los personajes mientras sus voces nos leen las cartas que van pasando de un lado a otro. Consigue esa atmosfera de librería antigua y tomos pasados de moda, ese universo de amor a la lectura que la autora transmite en sus páginas. 
 
 
 
 
 

"Pero... no sé..., tal vez sea mejor que nunca haya estado allí. Soñé tanto con ello y durante tantísimos años... Solía ir a ver películas inglesas sólo para familiarizarme con las calles. Recuerdo que años atrás un muchacho al que conocía me dijo que las personas que viajaban a Inglaterra encontraban exactamente lo que buscaban. Yo le dije que buscaría la Inglaterra de la literatura inglesa, y él asintió y me dijo:"Está allí.""

Una obra de arte.

viernes, 12 de abril de 2013

Convento


Casi todos los días me tropiezo con el Convento  San Agustín, un edificio construido entre 1550 y 1556 muy cercano a mi casa y que siempre me sorprende por su belleza incondicional. Resulta curioso ver como en cada momento, llueva o haga sol, sus piedras destacan imponiéndose en el colorido de la calle principal de Antequera.
 
 
 
Esta mañana, mientras un sol primaveral invitaba a pasear durante horas y yo caminaba lentamente, no pude evitar hacerle unas fotos que reflejan todo su esplendor matinal.




Es un regalo para la vista.
 

viernes, 5 de abril de 2013

Cocineando

Una de guiso extremeño.


Empiezo diciendo que me da un poco de vergüenza publicar esta receta. Los blogs de cocina que sigo, que son bastantes, son realmente maravillosos, con entradas bien elaboradas, explicando paso a paso cada movimiento y poniendo unas fotos que parecen de profesional. Yo he hecho las fotos a lo bestia, con el móvil -que dicho sea de paso no da para mucho, pobrecillo- intentando que salieran lo mejor posible pero viéndome en dificultades a causa del vapor, la luz, etc. Así que pido perdón desde ya porque algunas son realmente horribles.

Sin embargo, quería publicar esta entrada porque es una receta que suelo hacer bastante y que mucha gente me pregunta cómo se hace cuando la prueba en casa. También suelo explicarla en muchos sitios porque, como me encanta la cocina, a veces es inevitable que termine, sea donde sea, intercambiando recetas con cualquiera. Alguien me comentó el otro día que la pusiera aquí porque en plena calle no se quedaba con los ingredientes, así que aquí está, sobre todo para algunas de las chicas de rehabilitación.

La llamo así porque hace unos años, cuando mi hijo se fue a vivir a Cáceres, estuve investigando páginas de Extremadura y ¡cómo no!, descubrí algunas sobre cocina típica donde había un guiso extremeño parecido a este. Luego lo he ido adaptando un poco a nuestros gustos y al final se ha quedado en esto que para nosotros sigue llamándose igual.

INGREDIENTES

-          Una cebolla

-          Una lata de tomates troceados o varios tomates rojos naturales troceados

-          Un buen puñado de judías verdes

-          Una bolsa de acelgas

-          Tres o cuatro zanahorias

-          Dos dientes de ajos

-          Una patata grande

-          Jamón ibérico

-          Una cuchara de pimentón, laurel, una pastilla de caldo de verduras, perejil,agua…

Empezamos picando la cebolla bien fina y la echamos en una cacerola donde previamente hemos echado un buen chorreón de aceite de oliva.
 
 
 Una vez que esté pochadita, agregamos los tomates o la lata. A mí me gusta esta lata de tomates troceados del Mercadona porque, sinceramente, me cuesta encontrar buenos tomates rojos para guisos en determinadas épocas y si probáis esta, veréis que es bastante buena.
 
 
 

Dejamos que se vaya haciendo a fuego medio y mientras, troceamos las zanahorias a trocitos bien pequeñitos. En mi caso las echo en la Termomix para que se queden muy picadas. También lo hago con las acelgas porque me gusta que queden picaditas pero se pueden poner enteras, no hay problema.
 
 
 
 
Las judías verdes las corto en trozos pequeños. Y los ajos los lamino muy finos.


 

Toda esta verdura la vamos echando en un bol y cuando la cebolla y el tomate estén refritos la agregamos a la cacerola. Movemos todo y echamos la cucharada de pimentón, la pastilla de caldo y la hoja de laurel, que cortaremos para que tenga más sabor. Volvemos a mover todo para que se mezcle y dejamos un par de minutos.
 
 
 
 

Pasado este tiempo cubrimos con un poco de agua, removemos de nuevo y esperamos a que las judías pierdan un poco su dureza.
 
 
No sé deciros el tiempo porque soy de las que comprueba la comida probándola, o sea que es cuestión de ir mirando mientras movéis de vez en cuando, pero como las corto pequeñitas no suele tardar mucho.

Las patatas y el jamón los echo juntos y añado otro chorreón de agua. El jamón ha sido el último ingrediente que he incorporado a la receta porque me dio por probar y me encantó. Pero sin él también resulta un plato exquisito.
 
 
 

Ya solo es cuestión de dejar que la patata se ponga blanda, para lo que agregamos de nuevo algo de agua fría de vez en cuando si es necesario. Una vez listo, echamos perejil picado por encima y a comer. Es un plato muy sano y contundente que se come con cuchara y apetece mucho en días de frío. Os aseguro que está para chuparse los dedos.
 
 

 

martes, 2 de abril de 2013

Cosas de mi tierra


Hace un tiempo, pasando unos días en Algeciras, decidí salir a pasear y tomar fotos de calles, edificios o lugares que me traían recuerdos de la niñez. Estuve toda una mañana dando vueltas y para mi sorpresa, encontré cosas en las que nunca antes había reparado. Me hubiera gustado haberme fijado antes en esos pequeños detalles con los que tropezaba, me hubieran venido muy bien para algunos de mis relatos, pero tengo que confesar que en aquella época mis musas literarias me empujaban a escribir sobre otras cosas y no reparé en lo que ahora tanto valoro.

Este patio de vecinos es un tesoro que todavía se mantiene en pie. Se llama El patio del Siglo XX por una famosa tienda del mismo nombre en una calle muy céntrica llamada Calle Tarifa. Tiene muchos años y ya no quedan muchos vecinos, pero tuve la suerte de poder hablar con una familia que ha vivido allí toda su vida. Durante un buen rato estuvieron explicándome la historia del patio y nombrándome cada personaje que habitó en sus casas, recordando cientos de anécdotas entrañables que llenarían un libro. Curiosamente ni se molestaron en preguntarme quien era yo y por qué tenía tanto interés en saber de sus vidas, lo que me hizo maravillarme, una vez más, de la amabilidad de la gente de mi tierra.
 
 
 

 
 
 
Estos carteles de publicidad antigua los encontré en una tienda de toda la vida llamada Mi tienda, un comercio muy popular donde siempre iba con mi madre a comprar botones, cordones de zapatos o alguna crema. A día de hoy todavía conserva el mismo aspecto, con sus mostradores de madera y el mismo dueño, un hombre muy simpático que me hizo pasar para recordar viejos tiempos y de paso contarme la historia de la tienda. Al parecer su abuelo, oriundo de Tarifa, la ganó a las cartas a principios del siglo pasado. 25.000 ptas. era el precio que se jugaron.
 
 
 
 
 

Este precioso callejón me trae un recuerdo en particular.
 
 
Es el Callejón Tte. García, en pleno centro. Si os fijáis, justo encima de la puerta hay un balcón acristalado. Pues bien, a la izquierda, cuando yo tenía unos dieciséis años, montaron un bar o pub con mesas fuera que nos encantaba a mí y a mis amigos. Nos pasábamos horas allí en las tardes-noches de verano, tomando refrescos sin dejar de charlar hasta que nuestros escasos fondos nos obligaban a tener que levantarnos para irnos al Paseo Marítimo, que era gratis. Uno de esos días que disfrutábamos de la terracita, uno de mis amigos vio una rata en el balcón. Ignoro si vivía alguien por entonces en aquella casa. Mi amigo dijo:

-          Mirad como nos está mirando la rata.
 
 

Y en efecto, el animal parecía mirarnos como si estuviera tratando de evaluarnos. Como no me gustan nada las ratas – las odio, las temo, me repugnan- me levanté de golpe tirando la silla donde estaba sentada. Supongo que el ruido y el movimiento hicieron que la rata se asustara también. Lo último que recuerdo es que la vi saltar hacia adelante, hacia donde estábamos nosotros, mientras yo corría hacia mi casa como una loca. Varios kilómetros sin mirar atrás, imaginando que la rata venía tras de mí. Casi me da un patatus, pero lo peor fue el cachondeo de mis amigos durante el resto del verano.

Estas placas están en la Iglesia de la Palma, en plena Plaza Alta, iglesia donde se casaron mis padres, me casé yo y se bautizaron mis hijos.
 
 
 
 
 

La Alicantina es una confitería donde siempre iba a comprar golosinas. ¡Tenía unas chucherías maravillosas para una niña! Pero incluso de mayor, cuando trabajaba en una calle cercana, me tentaba con sus olores y yo no tenía más remedio que entrar a deleitarme con algún pastel, helado, fruto seco o con un regaliz bien gordo cuyo nombre no recuerdo.
 
 

Y termino con esta fotografía que me llena de ternura.
 
 
Porque estuve cientos de veces en esa tintorería que ya no existe. Si cierro los ojos puedo sentir el olor a ropa limpia y los vapores que desprendían aquellas maquinas que hacían mucho ruido. Era el sitio ideal para llevar los trajes de gitana después de la feria y las chaquetas de invierno cuando llegaba la primavera. Como veis, el local es ahora otra víctima del paso del tiempo.