“Pobrecitos
los humanos… Los lanzan al mundo violentamente y no saben de dónde vienen, ni
qué se espera que hagan, ni en cuánto tiempo deben hacerlo. Ni adónde irán a
parar después. Pero benditos sean; la mayoría se despierta cada día y sigue
intentando encontrarle un sentido a las cosas. Es imposible no quererlos,
¿verdad? Lo que no entiendo es por qué son tan pocos los que se vuelven locos
de remate.” Tía Elner, de la novela “Bienvenida a este mundo, pequeña” de Fannie
Flagg.
Me gustaría
ser como tía Elner y poder tener esos sentimientos hacia mis semejantes. Muchas
veces lo consigo: cuando veo a un bebe en su sillita y la cara de amor que le
dirige su madre; cuando me encuentro al Padre Antonio, el joven cura alemán de
la Iglesia de La Trinidad, peleando por tener en la parroquia varias comidas al
día para las docenas de familia que no tienen a quién recurrir, siempre rodeado
por los muchos inmigrantes que protege como una gallina a sus polluelos;
también charlando con algún abuelete mientras hacemos ejercicio en alguno de
los aparatos callejeros para hacer gimnasia al aire libre; cuando, como ayer en
la ceremonia de graduación de mi hija, observo con ternura a esos jóvenes
preparados para dar el salto a la etapa de adultos, ilusionados, felices,
entusiasmados por la vida…
Sin embargo,
reconozco que la mayoría de las veces me cuesta trabajo querer al ser humano en
global. Esos políticos necios que nos exprimen, los sinvergüenzas banqueros que
juegan con nosotros como si fuésemos simples números en un papel, los fanáticos
idealistas (de izquierdas o de derechas, que entre los dos bandos hay mucho
loco) que quieren imponer su verdad a costa de cualquier cosa, Tele5 y sus
depravados programas, otros medios de comunicación que exaltan los ánimos a
base de noticias sensacionalistas por conseguir audiencia, tantos y tantos
ignorantes que intentan sentar cátedra con tonterías, y otros muchos que campan
por el mundo al grito de “yo tengo derecho a” aunque su derecho implique que tú
pierdas los tuyos…, todo esto hace que pierda la fe en la humanidad. Creo que
esta ha tomado un camino equivocado, que el progreso y el sistema de bienestar
no han podido evitar que nos estemos ladeando hacia algo que solo trae más
miseria y desdicha. De hecho, las nuevas generaciones son más infelices que las
anteriores, esto a pesar de los muchos inventos que intentan facilitarnos la
vida. Tal vez aquí esté el problema, en que rodearnos de “chismes maravillosos”
solo nos hace olvidar lo que en verdad tiene importancia.
Pero ya digo
que quiero ser como tía Elner, quiero amar al ser humano, intentar ver su lado
bueno, hacer que la palabra empatía me acompañe en cada momento. No sé si podré
conseguirlo, pero estoy en ello.
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